Sociedad
El ateísmo militante viene marchando
Más activas que en el pasado, las asociaciones de no creyentes de Europa y EE.UU. quieren dar batalla para contrarrestar la influencia de la religión en la arena política. El Primer Congreso Nacional de Ateísmo, en Mar del Plata, muestra por estos días que también en el país buscan más protagonismo
Domingo 7 de diciembre de 2008 | Lanacion.com
Foto: R. Longmuir / Atheistcampaign.org
París
«Dios probablemente no existe, de modo que deje de preocuparse y disfrute de la vida.» Conscientes de que en la era de la imagen hasta las guerras de religión pueden dirimirse a cañonazos publicitarios, los ateos británicos apelarán a ese lema para tratar de convencer a la gente de que Dios es un invento.
Por iniciativa de la British Humanist Association (BHA) y de su presidente, el profesor Richard Dawkins -reconocido teórico de la evolución, catedrático en la Universidad de Oxford y autor de numerosos libros de divulgación científica-, ese inesperado eslogan decorará los autobuses de Londres durante todo el mes de enero.
A fin de financiar su campaña, la BHA se propuso recaudar 8064 dólares para pagar un mes de anuncios en 30 autobuses, y sólo necesitó dos horas para conseguirlos. Desde el 21 de octubre hasta fines de noviembre, la recaudación ya superaba los 190.000 dólares.
«Los donantes sienten que no tienen voz, que el gobierno y la sociedad prestan demasiada atención a la religión y a sus líderes, mientras que se ignora a los que no son religiosos», señaló Hanne Stinson, directora de la BHA.
La iniciativa -que podría extenderse a otras grandes ciudades británicas, a las muy activas asociaciones españolas e incluso llegar a Washington este mismo mes- se suma a otras manifestaciones de un ateísmo más activo en Europa, que no ha pasado inadvertido para los observadores, como la proliferación de ensayos contra la religión y el aumento de solicitudes de apostasía en España e Italia. Incluso en EE.UU., en los últimos tres años las asociaciones de no creyentes han registrado un crecimiento sostenido de adherentes.
Por primera vez, hasta consiguieron reunir fondos para pagar un lobbista en el Congreso. Muchos de esos nuevos miembros creen que ha llegado la hora de hacer presión para contrarrestar la influencia de la religión en la arena política. «En vez de optar por viejas batallas, como la simbólica eliminación del lema «In God we trust» inscripta en los billetes de dólar, los nuevos miembros se movilizan para reparar las fisuras que existen en el muro de separación entre Iglesia y Estado, como el financiamiento federal de organizaciones caritativas cristianas o la enseñanza de teorías creacionistas en la escuela», explica Lori Lipman Brown, lobbista en el Congreso para la Secular Coalition for America.
«La situación actual de los ateos en Estados Unidos es comparable a la que enfrentaban los homosexuales hace 50 años», escribió Dawkins en El espejismo de Dios , que vendió 1,5 millones de ejemplares. A diferencia de los grupos religiosos, sostiene, el problema de los ateos es que no están organizados.
Con ilustres cruzados antirreligiosos como el mismo Dawkins ( El espejismo de dios, Los enemigos de la razón ), Christopher Hitchens ( Dios no es bueno ), John Dupré ( El legado de Darwin ), Sam Harris (The end of faith), Piergiorgio Odifreddi ( ¿Por qué no podemos ser cristianos? ), Michael Onfray ( Tratado de ateología ), la discusión sobre el ateísmo ha vuelto a despertar el debate.
«La beligerancia de las religiones lleva a la gente a tocar a rebato», afirma el teólogo español Juan José Tamayo, de la Universidad Carlos III. «Las religiones actúan de un modo social y culturalmente agresivo, porque reclaman una presencia en el espacio público; quieren intervenir en la vida privada y tener un peso político. En definitiva, quieren que los Estados sean confesionales», agrega.
Contrariamente a lo que la actualidad podría sugerir, esa renovada militancia de los ateos no parece ser una reacción a los horrores del integrismo islámico, sino a las iglesias de Occidente. De hecho, la campaña de publicidad en los buses que lidera Dawkins se decidió en respuesta, aseguran los organizadores, «a las agresivas operaciones de grupos cristianos fundamentalistas, que también utilizan los espacios promocionales de los transportes públicos para hacer proselitismo».
Las situaciones, no obstante, difieren mucho de un país desarrollado a otro. En Europa, España puede ser considerado como un caso particular. Tras 40 años de franquismo, durante los cuales la Iglesia Católica tuvo un controvertido papel, la reacción anticlerical de los jóvenes es mucho más virulenta que en otros países europeos.
Sin duda incentivada por su propia historia, la Iglesia española se resiste con mucha más energía que sus homólogas continentales a aceptar un proceso de laicización, como se practica en la mayoría del espacio europeo. Quizás esto explique la multiplicación de solicitudes de apostasía registradas recientemente en España. En los seis primeros meses de 2008 fueron 529, lo que supera el total de 2007 (287) y de 2006 (47), según la Agencia Española de Protección de Datos. La necesidad de hacer público un gesto que debería ser estrictamente privado pone de manifiesto la confusión cada vez más recurrente entre política y creencia.
«Hay que distinguir entre la religión, que es una construcción social, y la experiencia religiosa, que es personal», reconoce Tamayo.
En todo caso, el formidable buzz mediático obtenido por todas esas iniciativas autoriza a preguntarse si el ateísmo militante está creciendo en Occidente, como afirman sus líderes. Las cifras parecen demostrar lo contrario.
«En los países desarrollados de Occidente, la confianza en el ateísmo y en la Iglesia se debilita cada vez más. En América latina, Africa y Asia sucede lo contrario. Esas regiones siguen estando animadas por religiones populares, profundamente arraigadas en sus culturas. China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba permanecen bajo el control del poder ateo», afirma una encuesta mundial realizada a fines de 2007 por el Vaticano.
Del ateísmo militante y organizado de antaño, el Occidente rico parece haber pasado a una situación de indiferencia práctica, de pérdida de interés por la cuestión de Dios y de abandono de la práctica religiosa. Como afirma el filósofo francés Marcel Gauchet, en Europa se observa más bien lo que él define como una «salida de la religión». Para el autor de Desencantamiento del mundo (1985), contrariamente a lo que pensamos en la actualidad, la religión no es ante todo una cuestión de ideas o convicciones, sino una forma de ser de las comunidades humanas, una estructuración del espacio social en su totalidad.
Conflicto de raíces profundas
«La salida de la religión es el paso a un nuevo modo de ser político, social, jurídico y temporal. Ese proceso, que engendró lo que llamamos modernidad, continúa. No implica la desaparición de la creencia colectiva, pero cambia su sitio en la existencia de la colectividad», explica Gauchet.
Si Europa es el continente donde mejor se expresa ese fenómeno -dice Gauchet- es porque el proceso comenzó aquí en forma endógena y tiene, en consecuencia, sus raíces más profundas. «Es aquí donde se produjo el gran conflicto entre la visión religiosa y la visión secular del mundo», precisa. «Pero, atención, ahora estamos en una nueva fase. La guerra con la religión ha terminado definitivamente, en la medida en que acabó su poder sobre la vida colectiva», advierte.
Por cierto, las estadísticas demuestran que el cristianismo está realmente presente en Europa, aunque con frecuencia en su forma más light . Sólo un cuarto de la población europea se declara «no religiosa» y apenas 5% se dice «ateo convencido». En Italia, el 14% se define «indiferente», pero sólo 4% se reconoce «ateo». En España, el porcentaje de ateos es realmente escaso, pero el número aumenta considerablemente entre los jóvenes. Los tres países de Europa que cuentan con mayor número de gente indiferente a la religión son Holanda (54%), Bélgica (37%) y Francia (43%). En Alemania, el 25% afirma «no pertenecer a ninguna religión».
Los sondeos en América del Norte registran 46,6% de católicos en Canadá, donde la mayoría de la población se dice «cristiana», y apenas 0,13% de ateos. En Estados Unidos, el 71% de los adultos está «absolutamente» convencido de la existencia de Dios (o de alguna forma de espíritu universal), mientras el 17% se declara «bastante» seguro. Sólo 5% se considera «no creyente».
Pero aun escaso, ¿es posible que el ateísmo occidental sea más activo que antes?
Una vez más, habría que evitar la confusión entre ateísmo y laicismo. El primero se limita estrictamente a la experiencia espiritual: es la negación de la existencia de Dios. El segundo es una doctrina política que defiende la independencia del hombre, de la sociedad y del Estado de toda influencia eclesiástica o religiosa.
Desde la antigüedad, ambas cosas han estado íntimamente entrelazadas.
«La religión es una verdad para los simples, una mentira para los sabios y un útil para los gobernantes», decía Séneca, el filósofo estoico romano que nació tres años antes de Cristo. Diecisiete siglos después, el enciclopedista francés Denis Diderot afirmaba que «el hombre no será libre hasta que el último rey sea estrangulado con las entrañas del último sacerdote». «Opio de los pueblos» para Karl Marx, «comparable a una neurosis infantil» para Sigmund Freud, la religión ha contado siempre con un ejército de detractores que, más o menos poéticamente, militaron por su desaparición.
«Dios ha muerto», sentenció Friedrich Nietzsche (1844-1900). «Todo hombre que piensa es ateo», clamó Ernest Hemingway (1899-1961). «La gente debería rechazar a Dios a fin de consagrar toda su solicitud a la humanidad», escribió Albert Camus (1913-1960). «Afirmar que un creyente es más feliz que un ateo es tan absurdo como decir que un ebrio es más feliz que un sobrio», afirmó George Bernard Shaw (1856-1950). «Dios no está muerto ni agonizante. Una ficción no perece, una ilusión no muere jamás, un cuento para niños no se refuta», anota Michael Onfray, líder del ateísmo militante francés, en su Tratado de ateología .
Lo cierto es que, a pesar de todo, el ateísmo como experiencia espiritual pierde terreno.
«El ateísmo ha dejado de ser lo que era», afirma el filósofo francés Michel Eltchannoff. «La mayoría de los no-creyentes se dicen, en realidad, agnósticos, pues el ateísmo implica una profunda convicción sobre una cuestión: la no existencia de Dios. Y la verdad es que todos dudan. El cambio fundamental reside en que, para la mayoría, las ciencias positivas no han conseguido dar respuesta a las preguntas que tratan de contestar las religiones, como se creyó desde el siglo XVIII», señala.
En otras palabras, la profecía de que el «mundo del saber» terminaría por reemplazar al «mundo del creer» nunca se cumplió.
El resurgimiento de supersticiones, sectas y ocultismos en los países desarrollados parece confirmar ese análisis. En Francia, país de Descartes y de los Enciclopedistas, las artes adivinatorias generan una cifra de negocios de 4200 millones de dólares anuales. Es decir, alrededor de 15 millones de consultas por año, repartidas entre unos 100.000 «profesionales» de la bola de cristal, más los libros de profecías, astrología y ciencias ocultas.
Esas cifras permiten avanzar la teoría de que vivimos en un mundo donde lo irracional es la norma y donde gran parte de la humanidad cree en Dios, aunque cada uno lo define a su manera.
¿Cómo explicar, entonces, los asombrosos éxitos de librería de aquellos pensadores que afirman que Dios ha muerto; que no tiene por qué morir ya que no existe; que no lo necesitamos o que es un cuento para niños?
«Por la misma razón que aquellos que creen en el tarot se hacen tirar las cartas: para obtener confirmación de sus suposiciones», explica el filósofo francés Martin Legros. Y, probablemente porque ese proceso de secularización es productor de inquietudes metafísicas endógenas.
«Son bien ingenuos quienes sólo ven en la religión el ?refugio de la ignorancia´ o el ?opio de los pueblos´. Y muy presuntuosos los que profetizan aún hoy la extinción de los cuestionamientos religiosos mediante el progreso de la racionalidad científica. (?) El núcleo religioso del alma humana está formado por pulsiones de amor y de muerte. Y son irreductibles», afirma Dominique Lecourt, profesor de teología en la Universidad Paris VII-Diderot.
«El mundo actual es todo, menos el espacio secular anunciado por tantos analistas de la modernidad. Y no existe ninguna razón para afirmar que el siglo XXI será menos religioso», afirma Peter Berger, un ex adepto de la tesis de la secularización, en su libro El reencantamiento del mundo .
En ese caso, ¿cómo será el mundo en estos próximos 100 años?
Según una primera hipótesis, nuestro siglo será testigo de un retorno a las religiones tradicionales, pero renovadas.
Una segunda escuela afirma que asistiremos a la desaparición total de las religiones, fanatismos y supersticiones y al triunfo del ateísmo, promovido por los progresos de la ciencia.
Para otra corriente de pensamiento, el siglo XXI estará marcado por la espiritualidad sin Dios, por sabidurías inspiradas en las principales tradiciones orientales, capaces de responder en forma secular a los grandes interrogantes existenciales.
Por fin, hay quienes proponen una perspectiva mucho más aterradora: la de una multiplicación de los fanatismos apocalípticos, dispuestos a precipitar el «fin de los tiempos» para escapar al modernismo nihilista.
Mientras esperamos, una pregunta queda en suspenso con respecto a los autobuses británicos: ¿por qué la campaña publicitaria declara que Dios «probablemente» no existe? ¿Por qué no decir simplemente «Dios no existe»? Según la British Humanist Association, porque ese «probablemente» evita herir susceptibilidades y violar las leyes inglesas que rigen la publicidad.
En Grecia, 300 años antes de Cristo, el matemático Euclides advertía: «Lo que es afirmado sin pruebas puede ser refutado sin pruebas». Esa, quizá, sería una mejor explicación.
Luisa Corradini
Corresponsal en Francia
© LA NACION
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