manifestaciones religiosas
La religión es un sistema de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales como colectivas, de tipo existencial, moral y espiritual. Se habla de «religiones» para hacer referencia a formas específicas de manifestación del fenómeno religioso, compartidas por los diferentes grupos humanos. Hay religiones que están organizadas de formas más o menos rígidas, mientras que otras carecen de estructura formal y están integradas en las tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se practican. El término hace referencia tanto a las creencias y prácticas personales como a ritos y enseñanzas colectivas.
Definir qué es religión (del latín religare o re-legere) ha sido y es motivo de controversia entre los especialistas. Según el sociólogo G. Lenski, es «un sistema compartido de creencias y prácticas asociadas, que se articulan en torno a la naturaleza de las fuerzas que configuran el destino de los seres humanos».[1] Por su parte, el antropólogo Clifford Geertz propone una definición alternativa: «La religión es un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único».[2] Debido al amplio espectro de usos de la palabra, resulta especialmente complejo ofrecer una definición exhaustiva de la religión o del fenómeno religioso. Sin embargo, se puede afirmar que, como hecho antropológico, engloba entre otros los siguientes elementos: tradiciones, culturas ancestrales, instituciones, escrituras, historia, mitología, fe y credos, experiencias místicas, ritos, liturgias, oraciones…
Aunque la antropología ha recogido manifestaciones religiosas desde el primer momento de la existencia del hombre y éstas han influido decisivamente en la configuración de las diversas culturas y sociedades, todavía se discute si es un fenómeno esencial del hombre o puede ser reducido a otras experiencias o aspectos humanos más fundamentales. El ser humano ha hecho uso de las religiones para encontrar sentido a su existencia y para dar trascendencia y explicación al mundo, el universo y todo lo imaginable.
La palabra «religión» en ocasiones se usa como sinónimo de «religión organizada» u «organización religiosa», es decir, instituciones que respaldan el ejercicio de ciertas religiones, frecuentemente bajo la forma de entidades legales.
Diversas ciencias humanas se han interesado por el fenómeno religioso desde sus respectivos puntos de vista como por ejemplo la antropología, la sociología, la psicología y la historia de las religiones. Por otro lado, disciplinas como la fenomenología de la religión estudian específicamente sus manifestaciones intentando dar con una definición exhaustiva del fenómeno y mostrar su relación con la índole propia del ser humano.
En un sentido más amplio, también se utiliza para referirse a una obligación de conciencia que impele al cumplimiento de un deber.[3]
Etimología
La etimología del término ‘religión’ ha sido debatida durante siglos debido a las dos interpretaciones que se han sostenido que además de ofrecer una propuesta acerca del origen de la palabra, subrayan alguna actitud religiosa.
Antes de ser usada con un sentido relacionado con las divinidades, el término «religión» o «religioso» era utilizado para expresar un temor o un escrúpulo supersticioso. Así consta en textos de Julio César (De Bello Gallico VI 36) y Tito Livio (Historia de Roma desde su fundación IV 30).
La primera interpretación relacionada con el culto es la del orador latino Cicerón que en su obra De natura deorum ofrece la siguiente etimología: «Quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y como que las releen, son llamados «religiosos» a partir de la relectura.[4] Esta etimología —filológicamente más correcta— subraya la fidelidad a los deberes que la persona religiosa contrae con la divinidad y por tanto está más relacionada con la justicia.[5]
La otra etimología propuesta por Lactancio hace derivar la palabra «religión» del verbo latino religare: «Obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no —como fue propuesto por Cicerón— a partir de “releyendo”».[6] Este segundo sentido resalta la relación de dependencia que «religa» al hombre con las potencias superiores de las cuales él se puede llegar a sentir dependiente y que le lleva a tributarles actos de culto.[7]
La definición del amplio espectro de significados que refleja el concepto religión en cuanto implica encontrar un elemento propio, distintivo y único, es una exigencia propia de las culturas occidentales,[8] ya que son éstas las que desde una postura más teísta distinguen entre divinidad y el resto del mundo. Especialmente, desde la Ilustración se han elaborado muchas y variadas definiciones intentando recoger los aspectos propios del fenómeno religioso. Aquí se mencionarán los más significativos. Es obvio que las definiciones que parten de un Ser Supremo o lo dan por supuesto se han de rechazar pues no se aplican a muchas religiones de Asia oriental o a los pueblos primitivos.
Una posibilidad es intentar una definición desde el punto de vista de las personas que practican la religión. Así encontramos propuestas como las de Friedrich Schleiermacher: «sentimiento de dependencia absoluta» que luego distingue este sentimiento de los tipos de dependencia relativa. William James subraya más bien «el carácter entusiasta de la adhesión» de los miembros de las religiones. Desde este punto de vista se pueden considerar elementos como los sentimientos, los factores experienciales, emotivos o intuitivos, pero siempre desde una perspectiva más bien individualista.
Con el estudio que las diversas ciencias humanas (sociología y antropología cultural especialmente) han realizado de la religión, se ha logrado formular otro conjunto de definiciones que consideran este fenómeno en su ámbito social y cultural. La conocida definición del sociólogo francés Durkheim entra en este grupo: «Una religión es un sistema solidario de creencias y de prácticas relativas a las cosas sagradas. […] Toda sociedad posee todo lo necesario para suscitar en sus miembros la sensación de lo divino, simplemente a través del poder que ella ejerce sobre ellos».[9]
Sin embargo, con la llegada de la fenomenología de la religión, se intentó ir más allá de las formas que buscaban el núcleo propio del fenómeno en la sociedad o en los aspectos individuales. Y en ese ámbito se identificó como propio de la religión el hecho de la presencia o consciencia de lo sagrado. Rudolf Otto en su obra, Lo santo, publicada en 1917, indica como esencia de la consciencia religiosa el temor reverencial ante aquello que, siendo desconocido (mysterium), al mismo tiempo sobrecoge (tremendum) y atrae casi irresistiblemente (fascinans).[10]
Sin embargo, estos elementos que Otto refiere como propios de la experiencia religiosa parecen estar ausentes en las religiones asiáticas. En Mircea Eliade se da una ampliación de la noción de «sagrado» que perfecciona la definición de Otto. Habla de espacios, cosas y tiempos sagrados en la medida en que estos se relacionan con simbolismos y rituales propios de las religiones. Así la religión es la configuración u organización de la existencia a partir de dimensiones profundas de la experiencia humana que relacionan al hombre con algo que se le presenta como último y trascendente. Tales dimensiones varían de acuerdo con las circunstancias y culturas.
Laicismo religioso
A partir del siglo XVIII, con la irrupción del humanismo y el movimiento de los ilustrados en Europa, que se extenderá con rapidez a otras partes del mundo, se intenta separar la doctrina del Estado de la doctrina religiosa. Actualmente, estas ideas de separación de los poderes político y religioso aún no ha concluido. En buena parte del planeta apenas ha empezado, y en los países occidentales, aunque observan la laicidad del estado, todavía la religión puede actuar con una enorme influencia en sus legislaciones. Por ejemplo en el caso de Estados Unidos[11] o el de España[12]
En los países asiáticos, la separación entre Estado y religión está más o menos implícita de cierto laicismo. China, Japón, Vietnam y otros países del sudeste asiático conllevan cierto laicismo estatal en su propia historia al ser países en donde coexisten distintas religiones. En el caso de Tailandia o Sri-Lanka, con mayorías budistas, en más de un 90%, se mantienen debates sociales para afrontar el laicismo del Estado y diversos cambios legales.[13]
En los países con mayorías musulmanas hay distintas aproximaciones a la laicidad del Estado. Países como Turquía o Siria son más laicos, mientras que otros como Irán o Arabia Saudí se definen como islámicos. El mundo islámico es variado y complejo, y existen movimientos tanto secularizadores como prorreligiosos.[14]
Israel es un estado laico, si bien se proyecta como religioso. India es un caso parecido, también es un país laico, aunque su organización social y legislación, continúan siendo muy influidas por la religión. En estos casos están influidos, en buena medida, por el componente étnico de sus religiones mayoritarias.
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Las Creencias
Hay gente creyente, fiel a sus convicciones, que tiene una fe genuina en una doctrina religiosa, que está dispuesta a compartir sus rituales y su modo de ver el mundo; y otros que afirman no creer en algo más allá de la materia.
Pero también hay una franja intermedia de personas que tienen una cosmovisión personal, que no difiere tanto de las creencias de las cosmovisiones tradicionales, pero que no participan de institución alguna, viviendo esa experiencia religiosa en forma íntima y directa sin necesidad de practicar rituales convencionales, pero que pueden orar y meditar solos, con el mismo propósito de establecer contacto con Dios o con su propia esencia.
La ciencia, a partir de los adelantos científicos, se ve obligada a incursionar en un terreno que trasciende lo físico y penetrar en el campo de la realidad subatómica, que deja de pertenecer al mundo visible y se convierte en algo inmaterial, formando parte de un campo de probabilidades, desde donde las partículas aparecen y desaparecen según son observadas y pueden estar en distinto lugar al mismo tiempo.
Todos estos fenómenos, que antiguamente podían pertenecer al campo de la metafísica, ahora pertenecen al campo de la ciencia.
Así, surgen nuevos movimientos científicos-filosóficos que proponen una cosmovisión basada en los descubrimientos de la ciencia y en la posibilidad de llegar a conocer esta realidad, donde el azar parece no tener lugar y tratando de descubrir cómo surgió el Universo, si es eterno o si comenzó en algún momento, si es infinito o si tiene límites, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Algunas de estas formas de pensar y creer, proponen la existencia de una inteligencia en todas las cosas, superior a la del hombre pero de la misma naturaleza capaz de pensar racionalmente como para crear este Universo y mantenerlo. La inteligencia, por lo tanto, no sería una cualidad estrictamente humana sino lo que caracteriza a todas las cosas y a todo el universo del cual participamos.
Algunas de estas posturas sostienen que la Tierra, los planetas y las estrellas son seres vivos porque a nivel subatómico tienen movimiento, sufren modificaciones, tienen mecanismos de defensa y los mismos propósitos evolutivos. Todo tiene vida y evoluciona y no existe la no-vida o la muerte, sólo existe la transformación y la eternidad de la conciencia.
Según estas propuestas, el pensamiento es lo que produce los fenómenos, porque de acuerdo con la teoría cuántica la atención transforma la realidad virtual en material.
Todo lo que pensamos se puede convertir en hechos reales, porque todos los acontecimientos y las cosas posibles se encuentran en un campo potencial y se materializan según nuestras intenciones.
Algunos creen que el Universo es mental y que la realidad es sólo una ilusión, un producto de la mente; y que basta pensar lo que deseamos para obtenerlo, tal como pensaban los antiguos filósofos orientales hace miles de años.
El hombre de esa época pudo intuir lo mismo, que lo que está descubriendo ahora la ciencia.
Estas nuevas cosmovisiones se identifican en gran parte con las doctrinas de las religiones orientales, y también creen en la reencarnación de la conciencia en otra vida de superior nivel evolutivo, para los que han sido éticos, y a un nivel inferior menos evolucionado si merecen retroceder; y estas sucesivas reencarnaciones tienen el propósito de alcanzar la perfección para poder unirse al Todo.
http://filosofia.laguia2000.com/ciencia-y-filosofia/las-creencias
RESURRECCION
¿Podemos demostrar históricamente la Resurrección de Cristo o simplemente debemos creerla por fe?
La Resurrección de Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento histórico comprobable.
La Resurrección de Cristo “fue un acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado”. Sin embargo, la Resurrección también es “centro que trasciende y sobrepasa a la historia”.
La Resurrección de Cristo es un hecho demasiado importante como para quedar referido sólo como un acontecimiento histórico. En la Resurrección de Cristo está el centro de nuestra fe, porque “si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo.
La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser humano, encuentran su comprobación porque Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad como Dios .
Pero, además, la Resurrección de Cristo, es comprobable históricamente. Los discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron y estuvieron con Cristo resucitado. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo (cf. Jn. 20, 6)significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado de la muerte y de la corrupción del cuerpo, consecuencia de la muerte.
El primer elemento que se encuentra sobre la Resurrección de Cristo es el sepulcro vacío, lo cual no es realmente una prueba directa. De hecho la ausencia del cuerpo podría explicarse de otro modo. María Magdalena creyó que “se habían llevado a su Señor” (Jn. 20, 13). Las autoridades, al ser informados por los soldados de lo sucedido los sobornaron para que dijeran que“mientras dormían, vinieron de noche los discípulos y robaron el cuerpo de Jesús” (Mt. 28, 11-15).
Sin embargo, el hecho es que las mujeres, luego Pedro y Juan, encontraron el sepulcro vacío y las vendas en el suelo. Y San Juan nos dice en su Evangelio que él “vio y creyó” (Jn. 20, 8).Esto supone que, al constatar el sepulcro vacío, supo que eso no podía ser obra humana y creyó lo que Jesús les había anunciado. Además, intuyó que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn. 11, 44).
Las apariciones de Jesús Resucitado a tantos, comenzaron por las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc. 16, 1; Lc. 24, 1) y que, por instrucciones del Resucitado fueron las mensajeras de la noticia a los Apóstoles(cf. Lc. 24, 9-10). Esta noticia fue confirmada por la aparición de Cristo, primero a Pedro, después a los demás Apóstoles. Y es por el testimonio de Pedro que la comunidad de seguidores de Cristo exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc. 24, 34).
Ante éstos y muchos otros testimonios de apariciones del Resucitado, es imposible no reconocer la Resurrección de Cristo como un hecho histórico.
Pero, además, sabemos por los hechos narrados que la fe de los discípulos fue sometida a la durísima prueba de la pasión y de la muerte en cruz de Jesús. Fue tal la impresión de esa muerte tan vergonzosa que -por lo menos algunos de ellos- no creyeron tan pronto en la noticia de la Resurrección.
Tengamos en cuenta que los Evangelios no nos muestran a un grupo de cristianos entusiasmados porque Cristo iba a resucitar o siquiera porque había resucitado. Muy por el contrario, nos presentan a unos discípulos abatidos, confundidos y asustados. Por eso no le creyeron a las mujeres y “las palabras de ellas les parecieron puros cuentos” (Lc. 24, 11).
Tan imposible les parece el más grande milagro de Cristo, su propia Resurrección, que incluso al verlo resucitado, todavía dudan (cf. Lc. 24, 38), creen ver un espíritu (Lc. 24, 39). Tomás ni siquiera acepta el testimonio de los otros diez(cf. Jn. 20, 24-27). El escepticismo era tal, que en su última aparición en Galilea, en su despedida, algunos seguían dudando, según nos dice el mismo Mateo, uno de los doce (cf. Mt. 28, 27).
Por lo tanto, la hipótesis según la cual la Resurrección de Cristo habría sido producto de la fe o de la credulidad de los Apóstoles no tiene asidero.
En la muerte, que es la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo humano cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, y queda en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas. Esto, en virtud de la Resurrección de Jesús.
Este dogma central de nuestra fe cristiana no sólo nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, sino que la esperanza de nuestra resurrección y futura inmortalidad se encuentran en textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
¿Cómo?
“Ciertamente el ‘cómo’ “sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe”
Cristo resucitó con su propio cuerpo:“Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc.24, 39). Pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp.3, 21), “en cuerpo espiritual” (1 Cor.15, 44)
La resurrección tendrá lugar en un instante.“Yo quiero enseñarles este misterio: aunque no todos muramos, todos tendremos que ser transformados, en un instante, cuando toque la trompeta (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin). Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos se levantarán, y serán incorruptibles” (1a. Cor. 15, 51-52).
¿Quiénes resucitarán?
Todos los hombres que han muerto. Unos para la condenación y otros para la salvación.
Es decir, todos resucitaremos: salvados y condenados. Unos para una resurrección de gloria y de felicidad eternas. Otros para una resurrección de condenación e infelicidad eternas.
¿Cuándo?
Sin duda en el “último día” (Jn.6, 54 y 11, 25); “al fin del mundo” . En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente ligada a la Parusía o Segunda Venida de Cristo:“Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1Ts. 4, 16) (#1001). Y continúa San Pablo: “Después nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos reuniremos con ellos llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. Y para siempre estaremos en el Señor” (1Ts. 4, 17).
San Pablo nos habla de los que han muerto y han sido salvados. También nos habla de los que estén vivos para el momento de la Segunda Venida de Cristo. Pero es San Juan quien completa lo que sucederá con los que no han muerto en Cristo: “No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien saldrán y resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 28-29).
Resumiendo: En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, ya que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1Cor.15, 14) … y también nuestra esperanza. Pero sabemos que Jesucristo no sólo ha resucitado, sino que nos ha prometido resucitarnos también a nosotros.
¿Re-encarnacion o inmortalidad?
Un tema muy en boga que se nos está introduciendo de manera muy profusa a través de todos los medios de comunicación social es la re-encarnación. Sin embargo, la re-encarnación es un mito, un error, una herejía, un embuste; como diría San Pablo: “una patraña”.
Debemos los cristianos descartarla de las creencias que solemos tomar de fuentes no cristianas, y que vienen a contaminar nuestra Fe. Porque cuando comenzamos creyendo que es posible, deseable, conveniente o agradable re-encarnar, ya estamos negando la resurrección. Y nuestra esperanza está en resucitar con Cristo, como El nos lo ha prometido … no en re-encarnar.
La re-encarnación niega muchas cosas, parece muy atractiva esta falsa creencia, este mito. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien … ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre … pero que además tampoco es el mío?
Aun partiendo de una premisa falsa, suponiendo que la re-encarnación fuera posible, si no fuera un mito, una patraña, ¿cómo podemos los hombres, pero sobre todo los cristianos que tenemos la seguridad y la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, pensar que es más atractivo re-encarnar, por ejemplo, en un artista de cine, o en un millonario, o en una reina … que resucitar en cuerpos gloriosos?
Tenemos que tener claro los cristianos que la re-encarnación está negada en la Biblia. En el Antiguo Testamento: “Una sola es la entrada a la vida y una la salida” (Sabiduría 7, 6). San Pablo en su Carta a los Hebreos dice: “Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación” (Hebreos 9,27).
Pero, además, ¿no nos damos cuenta de lo que recitamos en el Credo todos los domingos?Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. (Credo de los Apóstoles). Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. (Credo de Nicea).
La visión realista de la muerte se expresa clarísimamente en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Cuando haya tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueren una sola vez” (Hb. 9,27). No hay “re-encarnación” después de la muerte.
Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos el último día.
La doctrina sobre la muerte y la resurrección, sobre nuestra futura inmortalidad es clara … muy clara. Pero, si la enseñanza de la Iglesia no nos bastara, ¿cómo podemos considerar más atractivo re-encarnar en otro cuerpo terrenal, decadente, enfermable, envejecible y que volverá a morir, que resucitar en un cuerpo glorioso como el de Jesucristo?
¿Cómo serán nuestros cuerpos resucitados?
La Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra propia resurrección. Su Resurrección nos anuncia nuestra futura inmortalidad. Y esto es así, porque Jesucristo nos lo ha prometido: si hemos obrado bien, saldremos a una Resurrección de Vida (cfr. Juan 5, 28-29).
Para tener una idea de cómo serán nuestros cuerpos resucitados, veamos primero cómo es el cuerpo glorioso de Jesucristo. Cristo resucitó con su propio cuerpo, pero una vez resucitado, no volvió a una vida terrenal, como la que había vivido en la tierra. Así también nosotros resucitaremos con nuestro propio cuerpo, el mismo que ahora tenemos, pero, como hemos dicho, nuestro cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp.3,21), “en cuerpo espiritual” (1 Cor.15,44)
El cuerpo glorioso de Jesucristo era ¡tan bello! que no lo reconocían los Apóstoles … tampoco lo reconoció María Magdalena. Y cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor, mostrándoles todo el fulgor de Su Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo glorioso.
Si comparáramos nuestros cuerpos resucitados con nuestros cuerpos actuales, los futuros tendrán cualidades propias de los cuerpos espirituales, como por ejemplo, la capacidad de transportarse instantáneamente de un sitio a otro y de penetrar cualquier sustancia material. Más importante aún, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. Pero, por encima de todo esto, brillarán con gloria, como el de Jesucristo el Señor.
San Pablo tuvo que ocuparse de este tema al escribirle a los Corintios: “Algunos dirán: ¿cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? … Al enterrarse es un cuerpo que se pudre; al resucitar será tal que no puede morir. Al enterrarse es cosa despreciable; al resucitar será glorioso. Lo enterraron inerte, pero resucitará lleno de vigor. Se entierra un cuerpo terrenal, y resucitará espiritual … Adán por ser terrenal es modelo de los cuerpos terrenales; Cristo que viene del Cielo, es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, al resucitar llevaremos la semejanza del hombre celestial … cuando nuestro ser mortal se revista de inmortalidad y nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad” (1a.Cor 15, 35-58).
Referencias
↑ G. LENSKI, El factor religioso (pág. 316). Labor.
↑ C. GEERTZ, La interpretación de las culturas (pág. 89). Gedisa.
↑ Véase el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española («religión»).
↑ Cicerón: De Nat. Deorum (II): «Qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent […] sunt dicti religiosi ex relegendo».
↑ José FERRATER MORA: Diccionario de filosofía, voz «religión». Buenos Aires: Sudamericana (5.ª edición), 1964.
↑ Lactancio: Institutiones Divinas (4): «Hoc vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus, unde ipsa Religio nomen accepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo». Esta etimología fue retomada y popularizada por san Agustín, cf. Retractationes (1.13), quien también acepta la etimología propuesta por Cicerón, cf. De Civitate Dei (10.3).
↑ Enciclopedia Cattolica (voz «religión»). Florencia: Sansoni, 1953.
↑ Aulo Gelio, IV,9
↑ Artículo publicado en La Nación, de Buenos Aires, 1940. José Ortega y Gasset Obras Completas Tomo VI
↑ Mircea ELIADE, Enciclopedia delle religioni, vol I: «Oggetto e modalità della credenza religiosa» (voz «religione»). Milán: Jaca Book, 1993, ISBN 88-16-41001-9.
↑ Emile DURKHEIM (1858-1917): Las formas elementales de la vida religiosa. París, 1912.
↑ Otto, Rudolf (2009). Lo numinoso, Colección: Estructuras y Procesos. Religión. Madrid: Editorial Trotta. – (2001). Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid: Alianza editorial. ISBN 978-84-206-3725-9.
↑ Relación de lobbies religiosos en EE. UU.; Immanuel Ness: Encyclopedia of Interest Groups and Lobbyists in the United States. Sharpe Inc, 2000.
↑ A vueltas con el crucifijo. J.J. Tamayo, El Pais. [1])
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