Cuando una revelación del Señor marca el ministerio.
Testimonio personal…
Pr. Horacio Pastor
Explicación preliminar
La Palabra escrita de Dios, la Biblia, lleva en sí la condición de ser la revelación suya para el hombre, el apocalipsis (Revelación) de Dios nos garantiza tener una firme e inconmovible base capaz de sostenernos y responder a cualquier tipo de duda o controversia. Por esto dice de ella el Apóstol Pedro “Tenemos también la palabra profética mas segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones…” (2da. Pedro 1: 19). En las Escrituras bíblicas está escrito todo lo que el hombre necesita saber para recuperar lo perdido, que no es otra cosa que vivir en plena comunión con Dios. Esto, que solo es posible cuando el alma ha sido limpiada por la sangre de Cristo permite al hombre iniciar una relación con Dios; relación que deberá ser creciente y basada, esencialmente, en la oración y en el conocimiento de la Palabra escrita de Dios porque en ella se encuentra absolutamente todo lo que hace falta para “conocer qué piensa el Señor” y “ser lo que debemos”.
Sobre la base de lo que está escrito en la Biblia podemos entender que algunos hombres sean llamados, de cuando en cuando, para que Dios les dé por medio del Espíritu Santo “palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia, …a otro discernimiento de espíritus…” (1ra. Cor. 12: 8 y 10) o por estar en los postreros días comprobar el cumplimiento de lo dicho por el profeta Joel: los “jóvenes verán visiones… y los ancianos soñarán sueños y… sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2: 17 y 18) con el propósito de que la Iglesia pueda saber lo que en su soberanía el Señor considere necesario que sepamos, tanto sobre el tiempo en que vivimos como sobre personas o sucesos contemporáneos, aunque nunca para modificar ni siquiera en una pequeña parte la palabra escrita y finalizada, que es la Biblia. Por lo tanto, si en cualquier tema del que se trate debemos ser rigurosos en respetar el significado de la Palabra de Dios escrita, cuando se toca el tema de las manifestaciones sobrenaturales debemos actuar, no solo con mucho cuidado, sino con temor de Dios y reverencia pues este es un ámbito en el que la vanidad humana y el orgullo espiritual pueden ser causantes de muchos males, tanto para quien sea protagonista de la experiencia como para sus oyentes.
Que una revelación sea sobrenatural no es determinante para ser aceptada, debe coincidir exacta y plenamente con la Palabra escrita de Dios.
Por aceptarse revelaciones sobrenaturales o con pretensiones de serlo traídas por falsos profetas nacieron todas las sectas desprendidas del cristianismo que conocemos.
A lo largo de la historia de la Iglesia vemos que cuando alguien cae en estas desviaciones usurpa el lugar de Dios, socava la autoridad de las Escrituras y guía supersticiosamente a quienes los escuchan arrastrándolos consigo y exponiéndolos a las maldiciones expresadas por el Señor para quienes añaden o quitan a “las palabras del libro de esta profecía…” (Apoc. 22: 18 y 19).
Por el contrario, cuando el testimonio que se entrega es verdadero, es decir, cuando existió la revelación sobrenatural del Señor, el mensaje será pertinente, no contradecirá absolutamente en nada la Palabra escrita y en cambio producirá fruto: edificará, exhortará y consolará o reprenderá a quienes lo escuchen y el mensajero, al darlo a conocer, tendrá todo el respaldo de Dios porque cuando la Palabra escrita proporciona fundamento a una revelación o a un mensaje, le otorga una enorme fuerza de convicción para ser reconocido como procedente del Espíritu Santo, sea o no escuchado.
Condiciones personales de los mensajeros.
Con los dones del Espíritu dentro de la Iglesia del Señor en plena vigencia, solo tenemos que estar atentos al momento en que él quiera manifestarlos.
Al tratar sobre dones de revelación y reiterando que nunca serán modificatorios de la Revelación escrita, el Señor no solo tiene en cuenta la palabra que quiere dar a conocer sino también el recipiente por medio del cual la transmitirá, es decir el mensajero.
Las condiciones exigidas por Dios para sus mensajeros han sido en todos los tiempos las mismas, porque como instrumentos vivos en sus manos la vida de ellos debe reflejar santidad y temor de Dios en todos sus aspectos. Solo recipientes de esta calidad espiritual son los que Dios busca para que el mensaje pueda ser trasladado adecuadamente a los oídos de los hombres sin sufrir menoscabo alguno. (Is. 6: 1 – 8; Jer. 1: 5 – 9; Ez. 2: 1 – 8; Dn. 1: 8 y 17; Hechos 22: 3 y 12 – 16; 1ra. Tim. 3: 2 – 15 y Apoc. 1: 1 – 3).
¡Cuántas veces por el mal testimonio personal de algunos mensajeros el mensaje de Dios es rechazado…!
Cómo tratar revelaciones sobrenaturales que se presentan como provenientes de Dios.
Como ya dijimos, cuando alguien dice tener una revelación debe contrastársela con la Palabra de Dios, solo en el caso que haya aprobado esta primera etapa puede continuarse con el paso siguiente antes de ser aceptada, ya que es imposible que Dios se contradiga a sí mismo.
A veces también puede ocurrir que una supuesta revelación sea aparentemente sana en lo escritural, no obstante ello, el Pastor y las autoridades de la Iglesia deben juzgarla mediante la oración y la Palabra escrita y una vez tratada en el tamiz del discernimiento espiritual se pueda establecer si viene de Dios, de la propia alma del mensajero o de las tinieblas.
En caso de provenir de Dios sabremos si lo revelado es de aplicación personal, colectivo o de información.
En todos los casos y a riesgo de ser reiterativo, es necesario decir nuevamente que solo cuando una revelación sobrenatural consigue superar estas pruebas se la puede dar por aceptable. (1ra. Cor. 14: 26 – 33; 1ra. Tesal. 5: 19 – 22)
Estos fueron los pasos que seguí cuando a comienzos de 1990 tuve un sueño que me causó una impresión tan profunda que aún persiste…
Los pasos previos.
Son muchas las cosas que suceden a nuestro alrededor cuya trascendencia, en el momento, no advertimos. Cuando el Señor me llamó al ministerio, a fines de 1983, no podía suponer lo que esto significaría para mí en el futuro, lo que sí sabía por entonces era que nunca había pensado siquiera en servir ministerialmente al Señor.
Tal cosa no estaba entre mis prioridades y no porque lo rechazara, sino porque nunca había sido un tema que me hubiese propuesto evaluar; en realidad jamás había aparecido siquiera como algo eventual entre las actividades futuras de mi vida.
Lejos en el pasado estaba lo poco que supe de mi bisabuelo, Don Mateo Pastor, un inmigrante que al poco tiempo de llegar de Palma de Mallorca se convirtió al Señor, comenzó a predicar en los hospitales de la Ciudad de Córdoba y que tiempo después, el 02 de Noviembre de 1919, sería uno de los fundadores de la Iglesia de Hermanos Libres en calle Saravia 462 de Barrio General Bustos.
Un sueño estremecedor…
A fines de 1990 llevaba casi dos años como Pastor de la Iglesia de los Cristianos de la Fe Evangélica “Jesús es el Camino” y tuve un sueño muy extraño para mí. Lo califico así porque en general no tengo sueños, al menos que pueda recordar.
Este es uno de los hechos sobrenaturales que experimenté y que marcó profundamente el ministerio que el Señor me dio; esto es lo que soñé…
Me encontraba de pie frente a un río de aguas marrones, gredosas, con una caña de pescar sostenida en su soporte clavado en tierra y la línea en medio del río. Estaba solo, no había nadie a mi vista ni a la derecha ni a la izquierda y tampoco en la costa de enfrente. Las costas a las que hago referencia, sobre la que estaba y la que tenía enfrente, carecían de vegetación. Hasta donde alcanzaba mi vista no había césped, ni flores, ni árboles; tampoco se veían ni se oían pájaros.
El paisaje tenía una dominante ocre y transmitía un profundo sentir de soledad…
El río corría de izquierda a derecha y aunque no lo había visto, sabía que corriente abajo caía por una enorme y profunda garganta.
Permanecí un rato en el lugar, con mi caña de pescar en su posición y la mirada hacia el horizonte hasta que miré río arriba; fue entonces que pude ver a unos cien metros de distancia a una persona traída por la corriente, que levantaba sus brazos y los agitaba como pidiendo ayuda. Me sorprendió que pidiera ayuda cuando no se estaba ahogando sino que caminaba según la corriente lo llevaba y a mi entender podría por su propia cuenta haber salido del río cuando quisiera…
Esta persona, un hombre, continúo por el medio del río hasta posicionarse frente a mí, por lo que recogí la línea y la lancé delante del hombre con el propósito que se tomara de ella para ayudarlo a salir.
No pareció darse cuenta de mi maniobra. Tenía la vista fija hacia delante y así continuó.
Al comprobar que el hombre seguía hacia esa gran caída de agua que, aún cuando estuviera fuera de mi vista existía, tomé la decisión de meterme al río para sacarlo.
Me quité el calzado, el pantalón y la camisa e ingresé al agua y caminé en diagonal pues había superado la posición en la que me encontraba.
No fue difícil llegar hasta el hombre, que ya me daba la espalda, porque el río no era profundo ni su corriente tan fuerte. Me incliné para cruzar mi brazo por su pecho y al hacerlo, pasó alrededor de mi cuello y por encima de mi hombro y brazo derecho materia fecal que flotaba.
Fue entonces que entendí la clase de río en la que estaba, un río cloacal.
Retiré al hombre que era llevado por la corriente, lo llevé hasta la costa y casi inmediatamente lo perdí de vista.
Regresé al lugar donde estaba mi caña de pescar, olí mis manos, brazos y hombros y comprobé que no tenía el mal olor que suponía por haber estado esas aguas.
Volví a vestirme, retiré la línea y nuevamente la lancé al río.
Cuando la línea de mi caña de pescar se sumergió en el agua, instintivamente, creo, volví a mirar hacia mi izquierda, a la zona del río donde había visto por primera vez al hombre que sacara momentos antes y para mi sorpresa pude ver que aproximadamente a la misma altura venían dos o tres personas con sus brazos levantados pidiendo ayuda, algo mas atrás se veían a unos cinco o seis, mas atrás aún se alcanzaban a distinguir muchos más hasta que finalmente y hacia donde mi vista se perdía pude ver, como pequeños puntos oscuros, a una multitud de personas con la misma actitud, brazos levantados y caminando según la corriente del río los arrastraba.
En ese momento desperté…
Recuerdo que había sido tan vívido, tan real el sueño que durante un largo rato solo pensé en él tratando de entender su significado, si es que lo tenía…
Finalmente encontré una explicación racionalmente comprensible y teológicamente aceptable, es decir, bíblica y doctrinalmente correcta: el río representaba la corriente de pecado de este mundo, las personas que eran arrastradas por él eran los pecadores necesitados de Cristo, la profunda garganta por la que caía el río era la muerte y mi posición la de un hijo de Dios cumpliendo su tarea de predicar el evangelio.
Con el problema mentalmente explicado me dije a mí mismo que llevaría el asunto a la Iglesia para que evangelizáramos más, luego me volví sobre mi costado derecho y me dormí.
A las seis de la mañana, como de costumbre, me levanté para ir a mi trabajo como Jefe de Fotografía Legal en la Policía Judicial de Córdoba. Pasé aquella mañana muy ocupado, pero con el sueño apareciendo en mi recuerdo constantemente y aunque le había encontrado una explicación no sentía paz con ella y no sabía por qué…
A partir de entonces comencé a buscar una respuesta pero no en mi mente, de donde había obtenido una explicación racional y doctrinalmente correcta, sino a solas con el Señor, en oración.
Las preguntas que le hacía eran muchas: ¿Qué era ese río?; ¿Dónde estaba, si es que existía?; ¿Cómo habían entrado esas personas al río?; ¿Quiénes eran?; ¿Qué hacían allí?; ¿Por qué, si el río no era tan profundo, las personas que seguían su corriente pedían ayuda pero no salían por sí mismas?
Transcurrió una semana primero y le siguieron otras, pero sin respuesta.
Así, lo que había sido una etapa de preguntar en oración constantemente fue reemplazada por otra en la que la insatisfacción causada por la interpretación del sueño que me diera a mí mismo y las preguntas generadas continuaban en mi corazón y allí las mantenía, pero ya no preguntaba al Señor, solo esperaba…
Para cuando transcurrieron cuatro semanas todavía esperaba una explicación al sueño pero creo que tenía dudas sobre si la obtendría.
Una tarde, cinco semanas después, sucedió algo sorprendente. Sin que estuviera orando y preguntándole al Señor sobre el sueño como había hecho durante muchos días y mientras meditaba en algo que había leído, el Señor respondió… Escuché una voz dentro mio, no en los oídos sino en todo el interior de mi cuerpo mientras un profundo sentimiento de tristeza me llenaba. Parecía que junto a las palabras con las que se me daba a conocer la respuesta se había añadido el sentir que había en el corazón del Señor…
Antecedentes a la respuesta del Señor.
Siempre las manifestaciones del Señor sorprenden a quienes las observan o escuchan, pero el primero es quien la recibe. Creo que sucede así porque reconoce que fue hecho partícipe de una expresión del Señor que ni siquiera buscó, pero pasado ese momento se experimenta una profunda humildad ya que es inevitable reconocer la absoluta indignidad de haber sido participante de un altísimo propósito y haberse transformado, en consecuencia, en confidente del Señor.
Me ocurrió cuando por primera vez experimenté lo que es una revelación del Señor. Fue en el mes de Octubre de 1985 mientras oraba junto con mi esposa Myriam y dos o tres hermanos. En aquella ocasión vi, como si fuese en una fotografía, unos pies de mujer muy inflamados calzados con zapatos “Guillermina”, que colgaban a poca distancia de un piso de mosaicos verdes jaspeados con blanco, sin apoyarse en él.
Solo a mi esposa le conté la visión.
Aproximadamente durante algo más de un mes traté de localizar el tipo de mosaicos calcáreos que había visto hasta que prácticamente me olvidé del tema.
Tres meses después, en Enero de 1986, mientras estaba de vacaciones en Bialet Massé, un hermoso pueblo de las Sierras de Córdoba, fuimos mi esposa, mis suegros y yo a visitar a una joven mujer que estaba en silla de ruedas por haber sido atacado su sistema nervioso, al parecer, por un virus. No solo carecía de sensibilidad y motricidad en sus piernas sino que además su vista y oído estaban muy afectados.
Me ofrecieron una silla frente a esa mujer llamada María Rosa Mercedes Salazar, para sus amigos “María Rosa” o simplemente “Rosita”.
Mientras conversábamos y sin darme cuenta, miré hacia abajo y de pronto comprobé que tenía delante de mí los pies hinchados y calzados con zapatos “Guillermina” que había visto mientras oraba tres meses antes, al fijarme en el piso confirmé lo que había empezado a pensar, era de mosaicos verdes jaspeados con blanco…
Hice un recuadro con mis dedos, como se estila en fotografía para componer, y en voz baja le dije a mi esposa que mirara los pies de María Rosa porque eso era lo que había visto tres meses atrás. A los demás solo les mencioné el tema.
Nos despedimos con la promesa de visitarla el próximo día lunes.
Así lo hicimos…
Aquella mañana mis suegros nos llevaron en su auto y continuaron hacia la ciudad de Cosquín.
María Rosa nos recibió con un gesto de gratitud.
Había estado leyendo la Biblia desde muy temprano utilizando unos anteojos de cristales gruesos y verdosos que le habían recetado meses antes.
Apenas la habíamos saludado cuando repentinamente me preguntó si yo creía lo que decía la Biblia.
Respondí que sí.
Entonces me acercó su Biblia y señaló lo que estaba leyendo, era Santiago 5: 14 y 15.
Quedé sorprendido.
Sobre todo porque desde la niñez había sido miembro de varias Iglesias de Hermanos Libres y según lo que podía recordar nunca había visto ungir con aceite a nadie y tampoco había oído predicar sobre el tema.
Inmediatamente comprendí que estaba en una situación extraña, a María Rosa le había respondido que sí creía lo que decía la Biblia y en realidad era absoluta verdad, lo que ignoraba era que todavía veía algo incompleta a la Palabra del Señor…
Myriam, mi esposa, me miraba asombrada. Me pareció que le costaba creer que fuese verdad lo que estaba sucediendo.
Decidí hacer lo que entendí que dictaba mi espíritu ya que había armonía entre la Palabra escrita y lo que en visión había visto.
En la casa estaba una amiga de María Rosa ayudándola en los quehaceres domésticos a la que le pedí aceite. Me alcanzó un plato hondo casi lleno.
Lo puse sobre la mesa en la que estaba la Biblia que María Rosa leía y la invité a orar.
Sabía que había recibido al Señor como su Salvador unos días antes aunque en su casa todavía había algunas imágenes de vírgenes y estampas con figuras de “santos”.
Metí mis dedos en el plato con aceite, lo puse sobre su frente y comencé a orar.
No recuerdo qué dije.
Repentinamente, mientras oraba, María Rosa se levantó de la silla de ruedas y comenzó a caminar.
A medida que ella avanzaba hacia adelante yo, que continuaba con los ojos cerrados y mi mano derecha sobre su cabeza retrocedía.
Después de unos cuatro o cinco pasos abrí mis ojos. Estaba cerca de la puerta de entrada a la casa y María Rosa, de pie frente a mí, tenía un gesto en el que se mezclaban la alegría por lo que le pasaba y el dolor en sus piernas.
Myriam miraba y la amiga de María Rosa, detrás de la cortina que separaba el comedor de la cocina solo decía “Dios mío”…
María Rosa regresó y se sentó en su silla de ruedas para levantarse de inmediato mientras se preguntaba a sí misma: “¿Qué hago yo aquí?” y se sentó en una silla común.
Comenzó a orar y por primera vez escuché a alguien agradecer a Dios por sentir dolor.
Cuando mis suegros regresaron quedaron asombrados por lo que veían. María Rosa nos acompañó hasta la vereda apoyándose en un bastón a causa del dolor que le producía la inflamación y los tres meses que llevaba sin caminar.
A partir de entonces sus piernas y pies comenzaron a deshincharse hasta normalizarse.
Lo mismo ocurrió con su vista y oído…
Algunos meses después la bauticé en la Iglesia en que se congregaban mis suegros.
Con esta experiencia como antecedente me encontraba frente a un sueño, simple en sus imágenes pero complejo en su significación y aunque todavía estaba en el tiempo de las preguntas, sin que lo supiera la respuesta se acercaba…
La respuesta a la oración.
La voz, no audible en mis oídos sino en el interior de mi cuerpo me llenó simultáneamente de gratitud por saber que era del Señor y de tristeza por el sentir que desprendían las palabras cuando dijo: “Ese río corre por en medio de mi Iglesia…”
Entonces, pensé, no es la corriente de pecado que hay en el mundo como yo había creído. Inmediatamente comprendí y me estremecí.
Las ideas se multiplicaban tanto como mis consideraciones y preguntas, algunas de las cuales volví a hacerme: ¿Por qué estaba yo solo?; ¿Cómo era posible que gente creyente no saliera del río por su cuenta?; ¿De dónde provenía ese río y qué lo producía?; ¿Qué ocurriría a los que cayeran por esa garganta tan profunda de cuya existencia sabía pero que no había visto?
Nuevamente oí la voz.
Esta vez dijo: “Ese río son pensamientos y prácticas, doctrinas y enseñanzas que han entrado a mi Iglesia”.
La agitación que tenía era indescriptible porque esos pensamientos, prácticas, doctrinas y enseñanzas arrastraban gente hacia una caída que parecía inevitable de no intervenir el Señor…
Cuando se me explicó por dónde corría el río y cuál era su fuente y contenido, algunas de mis preguntas se respondieron por sí mismas.
Continúo sin saber por qué estaba solo en ese lugar, lo que sí sé es que la tarea consistía en meterse en la corriente y sacar personalmente a quienes eran arrastrados.
No era mi trabajo detener el río sino sacar víctimas.
Sacarlas debería ser por medio de un mensaje contrario al triunfalismo actual, un mensaje que chocara contra el de los que comercian con la fe y que hacen de las iglesias en las que alguna vez fueron puestos por el Señor, verdaderos “microemprendimientos familiares” o PYMES. Inmediatamente supe que los que basamos nuestro ministerio, predicación y vida solo en lo que la Palabra de Dios dice seríamos atacados por esos nuevos mercaderes del templo llamándonos religiosos, conservadores o legalistas, en su afán de acallarnos.
No puedo saber qué están dispuestos a hacer si no lo logran.
Ese mensaje comenzamos a darlo de distintas maneras en Córdoba, en especial en el Consejo Pastoral de la ciudad.
Entre los Pastores siempre encontré tres grupos que, sin ningún motivo en especial pondré en este orden: 1º) Pequeño y exclusivo. Está formado por quienes se sienten sobresalientes. Saben que muchos quisieran ser y tener lo que ellos. Les gusta llamarse “líderes”, son algo extravagantes e irreverentes, personales y transgresores, aman los placeres y la vida mundana. Aunque liberales en todo, son ortodoxos hasta el ultra conservadorismo en una sola doctrina: la de las ofrendas y el diezmo. 2º) El segundo grupo es el más numeroso. Está formado por quienes a pesar de saber que los primeros tienen en su vida personal, familiar o en las iglesias a su cargo situaciones inadecuadas, sean morales o doctrinales, los admiran hasta la envidia o los necesitan tanto que prefieren hacerse los distraídos ante esas situaciones que debieran confrontar y corregir. Quienes forman este grupo no van a permitir que se los sorprenda en una postura opositora a los primeros porque dicen bregar a favor de la unidad y por ello, prefieren mirar lo que une y no lo que separa, pero además porque afirman no ser jueces de nadie. Este grupo de hombres inconsistentes e incoherentes dicen servir y predicar a un Señor por cuya palabra de verdad jamás arriesgarían su reputación, su posición o su carrera.
Les gusta llamarse “hombres de Dios” aunque difícilmente podrían demostrar de lo uno o de lo otro si sospechan la posibilidad de algún peligro. Son hombres sin esencia ni fibra, ministros de manteca que no toleran el calor del desierto y que tienen a los primeros como “ídolos” a los que quieren parecerse y lamentablemente, a semejanza de lo que ocurre con la sociedad argentina, a los ídolos les toleran todo. 3º) Este grupo es el más pequeño de todos. Su trabajo consiste en vivir, aplicar a sus vidas, familias e iglesias en las que sirven lo que la Palabra de Dios tiene para cada circunstancia a pesar del dolor, las críticas o mezquindades que enfrenten. Son cristianos determinados a guardar la Palabra del Señor y a no negar su nombre a pesar del abandono, las burlas y las traiciones. Sin embargo y curiosamente, a pesar de su escasez son un grupo de riesgo para el complaciente sistema religioso formado por los integrantes del primer y segundo grupo. Se los considera peligrosos y se los segrega porque no tienen temor a perder nada ya que lo único que quieren ganar es a Cristo.
Estos hombres y mujeres no fundamentan su vida ministerial en la amistad humana sino en el temor de Dios, son capaces de vivir solos y morir solos, si hiciera falta, porque con la comunión con Dios les alcanza…
Aparecen como intolerantes aunque su ternura para con los genuinos hijos de Dios es indiscutible, se los considera “duros” aún cuando su corazón es completamente sensible a la guía del Espíritu, viven simplemente porque se reconocen ciudadanos del cielo y carecen de ambiciones terrenales porque saben que ellas son un lastre peligroso para la vida ministerial y un enemigo formidable para la comunión con Dios…
¿A qué grupo pertenecerá, lector?
Si fuera a alguno de los dos primeros todavía hay tiempo de cambiar, pedir ayuda y salir del río…
Conclusión.
Quiero ser muy breve en la conclusión y por ello es que solo señalaré el material que produce el río visto en el sueño. Las enseñanzas sombrías del G-12 que con sus ansias de poder utiliza a cuantos caen en sus manos; el adulterio o la fornicación de quienes debieran ser ejemplos de santidad y limpieza en el ministerio; la hipocresía de la falsamente llamada “restauración apostólica y profética” que año tras año emiten “guías proféticas” que jamás se cumplen; el hambre de poder de algunos hombres con autoridad dentro del pueblo evangélico por lograr ser o tener su parte en el sistema de gobierno humano; la avaricia instalada y la manipulación que se hace de las personas en muchos lugares pero que se ve de manera mas evidente en algunos de los “grandes ministerios” y “megaiglesias” para obtener riquezas que luego se invierten en el negocio inmobiliario en beneficio propio, de hijos o parientes; la distorsión de la doctrina bíblica y la renovada búsqueda de “unidad” de grupos pastorales con la Iglesia Católica Romana, que tarde o temprano mostrará nuevamente el espíritu que movió la maquinaria de la “Santa Inquisición” son, entre otras cosas, quienes han creado y componen esa fuerte corriente, ese río que contamina, enferma, inmoviliza la voluntad y esclaviza a quienes caen en él.
Ese río, me dijo el Señor aquella tarde, “corre por en medio de mi Iglesia…”, “ese río son pensamientos y prácticas, doctrinas y enseñanzas que han entrado a mi Iglesia”.
FUENTE:
http://www.jesuseselcamino.com | hdpastor@jesuseselcamino.com
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