Los historiadores de ideas tienen que trabajar con teorías simples que se van refinando continuamente.  Por un lado la evidencia está toda entremezclada y resulta muy dificil de interpretar.  Por otro debe existir cierto orden que nos permita llegar a una explicación simple y racional de toda la evidencia.  Una forma de llegar a esta explicación final es imaginar un cierto patrón y ver si todas las piezas del puzle encajan en él.

Pero aún existe una complicación más.  Nuestras fuentes pueden estar condicionadas por el punto de vista de su autor, o pueden estar intentando engañarnos, o simplemente escondiendo la verdadera historia.  Todo esto indica que el mejor camino puede ser el de elegir un patrón inicial y testearlo por medio de los miles de piezas de evidencia que poseemos.

Desde el siglo XVIII los historiadores del Cristianismo primitivo han trabajado principalmente bajo la influencia de una teoría, expresada de forma magistral por Ferdinand Christian Baur en los 1830s.  Ese patrón ha sido refinado, modificado y cambiado de forma drástica; sin embargo continua siendo básicamente el mismo que se originó inicialmente con Thomas Morgan.

Baur argumentaba que Pablo fue un universalista que retó a Pedro, el particularista.  Las ideas de Pablo habían sido expresadas en Romanos 1 y 2, Coríntios y Gálatas.  Las ideas de Pedro aparecían en el libro de Apocalipsis de Juan el Divino, dirigidas principalmente al triunfo de Israel que ocurriría tarde o temprano.  Como sabemos, el Cristianismo surgió de la reconciliación gradual que sufrieron aquellos dos sistemas opuestos, dando lugar a la síntesis del Cristianismo católico.

Johannes Munck mostró en 1951 que dicha teoría es inherentemente improbable.  Aunque F. C. Baur había concedido que los primeros apóstoles permitieron que Pablo comenzara una misión a los gentiles, no daba ninguna explicación de por qué lo habían hecho si sus posiciones eran tan distintas.  “La iglesia más antigua es pintada como una que no entiende a Pablo, quien ha redescubierto el universalismo y la libertad que Jesús representa; y aún así sus líderes, mostrando una tolerancia incomprensible, han admitido el derecho de la misión a los gentiles, y han dado a Pablo un estatus que equivale al que ellos mismos tienen”.

Sin embargo la teoría de Baur aún está muy viva.  El profesor J. D. G. Dunn, por ejemplo, ha argumentado que Pablo atacó a la ley como un medio para la salvación.  Y, ¿por qué?  Porque creaba barreras fronterizas entre judíos y gentiles.  En otras palabras, Pablo era un uninversalista que atacaba el “monismo del pacto que insistía en considerar la ley como una frontera alrededor de Israel, actuando así de separación entre judíos y gentiles, con aquellos de dentro como los únicos herederos de las promesas de Dios a Abrahán”.

Esta idea, sin embargo, no solo pertenece al siglo XVIII.  Las raices llegan hasta Lutero con su eslogan sola fide.  Sea lo que sea lo que las obras de la ley hacen, también dividen a los judíos de los gentiles; por medio de su sola fe se excluyen dichas obras.  El resumen que hace Harnack de cómo estas ideas son aún percibidas es bastante preciso, a pesar de su brevedad: Pablo no consiguió ver la lógica de su propia posición completamente y retuvo algunas de las ideas particularistas de los judíos; Marcion entendió a Pablo mejor de lo que lo hizo él mismo; Lutero lo desarrolló todo aún más; y finalmente Harnack pudo completar el proceso.