Filipismo, Melanchton, y las Consecuencias
Una Observación en «El año de Melanchton»
JÜRGEN DIESTELMANN es Pastor emérito de St. Ulrici-Brüdern, Braunschweig, Alemania, y editor del Brüdern-Rundbrief. Este ensayo se publicó en el Brüdern-Rundbrief Number z/1997, y fue traducido al inglés por Gerald Krispin. La versión castellana es de Enrique Ivaldi.
¿Quién Fue Felipe Melanchton?
Felipe Melanchton nació el 16 de febrero de 1497, en Bretten/Palatine. Fue hijo del armero Georg Schwarzerd. El nombre familiar fue helenizado como «Melanchton», por sugerencia del erudito humanista Reuchlin. Este último, quien tuvo gran influencia sobre el joven Melanchton, era su pariente lejano. Luego de estudiar filosofía en Heidelberg y Tübingen, donde obtuvo la graduación doctoral en Filosofía (¡a los 17 años!), Melanchton emprendió el estudio de la Teología.
En 1518 obtuvo el cargo de profesor de Griego en Wittenberg, e inició su amistad con Lutero, cuyas ideas Reformistas comenzó a defender enfáticamente. Tuvo a cargo un profesorado en Teología en 1526 y organizó las visitaciones a iglesias y escuelas de Sajonia en 1527. En 1521 publicó los «Loci Communes Rerum Theologicarum«, los cuales reeditó en varias versiones revisadas. Más tarde fue llamado «el primer Dogmático Luterano». Uno se siente fuertemente impresionado y desearía hallar otras excelentes publicaciones que provenieran de su pluma.
Los primeros diez años de la actividad de Melanchton en Wittenberg están íntimamente ligados a la de Lutero. Al haber madurado en el rol de íntimo colaborador de Lutero, Melanchton llegó a participar de la Dieta de Spira y en el Coloquio de Marburgo en 1529; y fue luego el asiduo representante de la Reforma de Wittenberg en coloquios religiosos y otros encuentros pan-regionales. Él fue, por así decirlo, el vocero de la Reforma en Wittenberg, especialmente desde que concurrió a la Dieta de Augsburgo como el representante público del pensamiento teológico de Lutero, en 1530. Fue el autor de la Confesión de Augsburgo y de su Apología. Durante esta época no se pensaba en modo alguno sobre una separación con la Iglesia Romana, y ciertamente nada se intentó en este sentido. Por ello es que la Confesión de Augsburgo, la cual siempre ha sido considerada como la Confesión fundacional de la Iglesia Luterana, como todos lo saben, tiene por meta la renovación de toda la Iglesia.
A causa de su formación humanista, siempre fue del interés superlativo de Melanchton el desarrollo de la educación. Por esto él, entre otros, continuamente puso por delante, con énfasis, la reforma y establecimiento de universidades. Debería mencionársele como el Preceptor Germaniae (El Maestro de los maestros de Alemania).
UN OMINOSO DISENSO
La mayor fuerza de Melanchton residía en su especial maestría para la formulación de verdades doctrinales. Los honores que él recibiera por ello permanecen en todo su significado para nuestra Iglesia Luterana. Pero su fortaleza fue al mismo tiempo su debilidad, porque como académico siempre se esforzaba por redefinir sus pensamientos en términos cada vez más precisos y superiores. De este modo, pensamientos nuevos o incluso diferentes fluían en formulaciones que surgían así, como ecos de su propio desarrollo. Consecuentemente, llegó a hacer cambios en el texto de nuevas ediciones de la Confesión de Augsburgo, aún cuando ésta ya tenía el carácter de un documento oficial de la Iglesia con implicancias legales en el Santo Imperio Romano de la Nación Alemana. Esto habría de tener graves consecuencias.
Gradualmente, énfasis substancialmente distintos fueron emplazados por Melanchton precisamente con respecto a la Cena del Señor, a la cual, originalmente, presentaba en unánime acuerdo con Lutero. A partir de aquí, comenzó a apartarse progresivamente y a distanciarse de la doctrina de Lutero. Sin embargo, este incidente no fue al principio fácilmente perceptible, a causa de la ambigüedad de las formulaciones del Dr. Felipe. Más tarde, no obstante, el suceso se transformó en fuente de insaciables luchas y disputas.
Si bien Melanchton en modo alguno abrazaba la visión puramente simbólica de la idea de Zwinglio sobre la Cena del Señor, se permitió sentirse grandemente impresionado por los argumentos del Suizo y sus seguidores alemanes. Así, en tanto en tanto colaboraba (luego de un mal intento) junto con Bucero en la introducción de la Reforma en el Arzobispado de Colonia, vino a dar su opinión teológica en la controversia que involucraba al Pastor Simon Wolferinus de Eisleben, y tomó una posición diametralmente opuesta a la que Lutero presentaba en la misma ocasión.
Ni pareció Melanchton preocuparse de suscribir una enseñanza relativa al Sacramento del Altar que prácticamente negaba la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y vino consagrados, específicamente en el contexto de un Orden Litúrgico de la Reforma para Colonia, en el cual él tuvo cierta participación y compartió responsabilidades. Esta circunstancia fue perfectamente conocida por Lutero, y le afectó muy sensiblemente, desde que él había defendido apasionadamente, durante toda su vida, la presencia sacramental de Cristo en el pan y vino contra los más diversos detractores. La vista posterior del texto de este Orden enfureció a Lutero.
La distancia íntima y la discordia entre ambos hombres, quienes en otro tiempo estuvieron ligados por una profunda amistad, amenazó en transformarse en una guerra abierta durante esos años. Lutero, al igual que Melanchton, pensó en varias ocasiones abandonar Wittenberg. No obstante, tal alejamiento no sólo hubiera amenazado la existencia de la Universidad de Wittenberg, sino destruido la misma obra de la Reforma. Esto no hubiera resultado de beneficio para ninguno. Pero en numerosas cartas, especialmente en su Breve Confesión Acerca de la Cena del Señor (1544), Lutero buscó excluir toda sospecha sobre cualquier posible desviación en su enseñanza original y su posición sobre el Sacramento del Altar, -de un modo tan claro, que a nadie le puede quedar duda. Aquellos que fueran designados por él como «Zwinglianos» no eran realmente discípulos de Zwinglio. Lutero designaba de esta manera a aquellos que abrazaban la posición de Melanchton y sus seguidores. Los culpaba de «Zwinglianismo». La postura doctrinal de éstos se torcía hacia la de Zwinglio tangencialmente, pese a no ser idéntica con la del Suizo.
Durante sus últimos años, estos eventos, entre otros, agravaron extremadamente la de por sí grave dolencia que afectaba a Lutero.
LAS CONSECUENCIAS EN EL TIEMPO QUE SIGUIÓ A LA MUERTE DE LUTERO
Pero no fue solamente Lutero quien sufrió a causa de estos hechos. Luego de su muerte toda la Iglesia Luterana comenzó a sufrir, porque aquel disenso se hizo cada vez más conocido. Estas circunstancias también dañaron fuertemente gestiones para llegar a un mejor marco de diálogo con Roma. Cuando uno va siguiendo la lectura de las sucesivas y ambiguas formulaciones de Melanchton, descubre que más que diversos enfoques de un mismo artículo, en esas formulaciones se escondían los cambios que Melanchton introducía cada vez que modificaba la Confesión de Augsburgo.
Y todavía los Filipistas siguieron insistiendo en que ellos sostenían la presencia sacramental del cuerpo y la sangre de Jesucristo, aún cuando la asociaran a la celebración de la Cena del Señor en general, y no a los elementos del pan y vino consagrados por las palabras de Cristo pronunciadas sobre ellos.
El muy conocido veredicto de Lutero sobre Melanchton y su postura en la Dieta de Augsburgo y en la misma Augustana dice que éste «no pudo caminar más delicada y amablemente». En esos días este concepto se refería sólo al modo de expresión y no significaba ninguna diferencia en lo substancial. Después de la muerte de Lutero se hizo más que evidente que Melanchton -ante el hecho de barricadas políticas y confesionales en varios frentes-, estaba ahora dispuesto a aceptar compromisos a los cuales el Dr. Lutero jamás se habría sometido, compromisos de los que Melanchton fue acusado por los discípulos de Lutero. Esto queda patente en el Coloquio de Worms (1557), entre otras discusiones.
Dos partidos emergen entonces de la Reforma de Wittenberg: de un lado están los Luteranos. Durante las polémicas de aquel tiempo estos discípulos de Martín Lutero fueron llamados «Gnesio-Luteranos» [Luteranos genuinos]; del otro lado se hallan los que habían sido moldeados por Felipe Melanchton, desde entonces llamados «Filipistas». Este último grupo fue particularmente mayoritario, fundamentalmente porque Melanchton, en su capacidad como profesor en Wittenberg, pudo influenciar grandemente a la nueva generación de teólogos. Pudo hacerlo en un modo que Lutero no pudo alcanzar, desde que sus actividades en el magisterio se vieron agudamente impedidas por su salud, tan severamente comprometida. Las más agrias disputas se encendieron especialmente en el tópico del Sacramento del Altar. Sin embargo, Melanchton insistía en que él representaba la doctrina de Lutero, aún cuando debe haberle quedado claro, como pensador crítico, que su posición difería de la Lutero en este artículo. Lutero, por su parte, y en contraste, se expresó siempre de un modo decisivo e inequívocamente invariable hasta su muerte, incluso en sus últimos sermones en Eisleben. Sin atender esto, más tarde circuló un rumor (presumiblemente difundido por el mismo Melanchton) según el cual Lutero había cambiado su doctrina poco antes de morir.
Y todavía los Filipistas siguieron insistiendo en que ellos sostenían la presencia sacramental del cuerpo y la sangre de Jesucristo, aún cuando la asociaran a la celebración de la Cena del Señor en general, y no a los elementos del pan y vino consagrados por las palabras de Cristo pronunciadas sobre ellos.
La severidad de la antipatía entre Luteranos y Filipistas, que encendió numerosas e interminables disputas, puede ser delineada sobre el ejemplo del Coloquio de Worms, que se llevó a cabo en 1557.
LUTERANOS DESPLAZADOS
Notables historiadores han descrito este coloquio como el último (e infortunadamente estéril) intento de alcanzar comprensión entre el partido todavía leal al papado y el ala de la Reforma entre aquellos que se estaban separando o ya se habían separado.
La «Paz Religiosa de Augsburgo», que se había legalizado dos años atrás, se garantizó sólo para aquellos pertenecientes a la así llamada «Familia Confesional de Augsburgo» (Augsburger Confessionsverwandten), esto es, quienes se confesaban a sí mismos leales a la Confesión Augustana. Los llamados Bautistas y los sacramentarios, pero también los Zwinglianos y los hasta ese entonces no plenamente adeptos a Calvino, permanecían fuera de la paz religiosa. No obstante, a despecho de esta clara demarcación, otros que al respecto se revelaron distantes de la doctrina de la Confesión de Augsburgo, trataron de identificarse como pertenecientes a esta «Familia Confesional de Augsburgo», para ganar así reconocimiento legal y constitucional dentro del imperio. La alternativa llevó a interpretar el término «Familia Confesional de Augsburgo» de un modo muy amplio, en interés de la políticamente fuerte posibilidad de alianza contra el emperador y el papa, o de la aspiración a reunirse en una iglesia doctrinal y confesionalmente unida.
Antes del comienzo del Coloquio de Worms en 1557, los Luteranos, entre ellos el superintendente de Brunswick, Joachim Mörlin, trataron de asegurar el rechazo de aquellos que no se encontraban en acuerdo doctrinal con la Confesión de Augsburgo. No sólo había Zwinglianos entre ellos, sino también Anabaptistas, y seguidores de Andreas Osiander, Major y Schwenckfeld.
Entretanto, Melanchton, en algunos aspectos, se había acercado a teólogos de la alta Alemania, como Bucero -y también a Calvino. Incluso objetó una condena de las doctrinas de éstos durante una deliberación preliminar, con el argumento, entre otros, de que muchas ciudades, Estados y notorios personajes simpatizaban con ellos. Luego de varias idas y vueltas, los teólogos Luteranos se vieron constreñidos a condenar unilateralmente las posiciones doctrinales que se desviaban de la Confesión de Augsburgo, tal como las expresaban estos hombres. En respuesta, Melanchton y el resto de la delegación Protestante decidió en forma sumaria excluirse de las deliberaciones, con la aserción de que tal condena fortalecía a los papistas, contra quienes los teólogos Protestantes debían consolidarse. Los Luteranos fueron calificados como «contenciosos y perturbadores de la paz»; gente a la no debía dársele cuartel. Siguiendo este modelo, Melanchton ridiculizó a Johann Hachenburg, pastor en Erfurt, quien había puesto en evidencia la herejía Zwingliana, tildándolo como «el asno de Erfurt». Tras estos eventos, los Luteranos no tuvieron otra opción que abandonar Worms, aunque no sin antes dejar sentada una solemne reprobación.
LA VICTORIA DE LA POLITICA ECLESIÁSTICA SOBRE LA TEOLOGÍA
Tanto los católicos romanos como los Filipistas pudieron mirar hacia atrás y ver al Coloquio de Worms como una victoria: los papistas se sintieron complacidos porque los derechos que habían sido garantizados a la «Familia Confesional de Augsburgo» no llegaron a implementarse. El partido Filipista había asegurado su victoria contra el intento Luterano, de un modo tal que ahora era posible para las diferentes corrientes Protestantes conformar un bloque anti-Romanista. Pero ambas victorias fueron victorias a lo Pirro, desde que la división confesional de la Cristiandad occidental quedó definitivamente sellada.
CONSECUENCIAS PARA EL PRESENTE
En ocasión de recordarse «el año de Melanchton» uno puede extraer lecciones de estas experiencias históricas para el presente y el futuro de la iglesia. En las actuales condiciones de la iglesia, se hacen escuchar distintas voces que hablan de unidad.
El Filipismo permanece como una desastrosa herencia para la Iglesia Luterana hasta el día de hoy, como lo evidencian las actuales posturas sobre la Cena del Señor en el Protestantismo.
Pero la cuestión sigue siendo cuál sería el significado esta deseada unidad y qué fines buscaría servir. Si se seguirán privilegiando medidas de «política eclesiástica», según las cuales teólogos poco confortables seguirán siendo marginados (tal como pasó en 1557 sucede también ahora), lo cual no tendrá el resultado de alcanzar legítimas superaciones de las dificultades, sino el encarnizamiento en mantener los propios postulados. O si bien, en estas posibles discusiones, se recurrirá a tenaces pero pacientes esfuerzos para lograr la unidad en la Palabra de Dios, en la verdad apostólica, sobre la cual, en la ortodoxia de la fe, Cristo establece Su Iglesia, que aparece visiblemente como la verdadera iglesia católica.
Felipe Melanchton tuvo que enfrentar el reproche de haber resignado la doctrina de Lutero hasta su muerte. En escritos de historia eclesiástica se enfatiza a menudo que él, quien murió el 19 de Abril de 1560, quedó por su desaparición a salvo de la rabies theologorum (la ira de los teólogos). Son más bien los Luteranos quienes aparecen como aquellos unilateral y dogmáticamente infectados por el Preceptor Germaniae, sin haber tratado hasta ahora de llegar a conclusiones fundamentales y necesarias, con ansia por la verdad de la Palabra de Dios.
Los Luteranos, por lo tanto, ya no muestran la tan a menudo llamada «mentalidad estrecha» que le adjudican sus adversarios por su vehemente perseverancia en la convicción de la Presencia Real, sino una alarmante «apertura ecuménica», una que ellos mismos perciben será seguida por la pérdida de la Presencia Real. Los genuinos Luteranos temen realmente que con esta pérdida pierdan también su vínculo con la «iglesia visible sobre la tierra», lo que hoy algunos llamarían «la dimensión católica». [Recordamos que bíblicamente la Iglesia Cristiana, la Una Sancta, es una Iglesia Escondida, o Invisible, y no se identifica con una institución externa. La Iglesia aparece en congregaciones que tienen las Marcas de la iglesia, la Palabra y los Sacramentos, tal como Cristo los instituyó. Cuando el autor se refiere aquí a «iglesia visible sobre la tierra«, relaciona el concepto al desarrollo histórico de la Cristiandad oriental y occidental hasta la época de la Reforma, y el mantenimiento en estas iglesias, (que asumen la «catolicidad») aunque de manera no ortodoxa, de la doctrina de la Presencia Real de Cristo en el Sacramento del Altar, en contraposición con los Reformados y Evangelicales, que la niegan, y el Filipismo de muchas de las modernas iglesias que llevan el nombre de «Luteranas». N. del T.]. Fue, después de todo, la certeza tenazmente sostenida por Lutero sobre la Presencia Real, lo que unió la Reforma de Wittenberg con la Cristiandad en oposición a las opiniones desviadas de los Reformados y el «ala radical» del Protestantismo.
Más allá de su completa disociación y el rechazo de los errores de Roma, los Luteranos confiesan su lazo común con la iglesia universal (están más próximos a la confesión romana de la presencia real que al Calvinismo, por ejemplo). En esto ellos siguen a Martín Lutero, quien alguna vez escribió: «antes que no tener más que vino con los Entusiastas, preferiría tener la sangre de Cristo con el papa». De un mismo modo el notable teólogo y superintendente de Brunswick, Martín Chemnitz, más tarde apasionadamente distanciado de aquellos que negaban la Presencia Real, confesaba su acuerdo con la doctrina Luterana de aquellas iglesias que reconocían y enseñaban la verdadera y sustancial presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la Cena del Señor.
En contraste, Melanchton repetidamente rechazó la enseñanza bíblica de Lutero sobre la Cena del Señor, (que siguió siendo sostenida por los Gnesio-Luteranos), como «papista». Aún cuando él mismo, también, sufrió bajo la separación final con Roma, había contribuido de facto a la ruptura del pleno consenso de la tradición católica [no «Romana»], con respecto a la convicción de la verdadera presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y vino sacramentales, convicción que aún ahora, como antaño, circunscribe a las Iglesias Ortodoxas de Oriente y la Católica Romana con la Iglesia Evangélica Luterana.
Las condenas del Concilio de Trento, en este tópico, pronunciadas bajo el infausto estandarte de la Contra-Reforma, se suscribieron contra la posición Filipista más que como oposición a la Luterana. Martín Chemnitz lo deja en claro en su opera magna, «Examen del Concilio de Trento» (Examen Concilii Tridenti). Fue también su autorizada contribución la que más tarde garantizó que la doctrina Luterana sobre la Cena del Señor quedara preservada en la Fórmula de Concordia, el último gran documento confesional Luterano, reconocido oficialmente en 1580.
El Filipismo permanece como una desastrosa herencia para la Iglesia Luterana hasta el día de hoy, como lo evidencian las actuales posturas sobre la Cena del Señor en el Protestantismo. Entre ellos, como norma, la aspiración de una política eclesiástica que busca el unionismo pan-Protestante se considera más importante y se levanta en oposición a una lucha sincera para llegar a la unidad en doctrina [y práctica] sobre el fundamento de la enseñanza del Santo Escrito.
LA CONMEMORIACIÓN DE MELANCHTON EN 1997
Es por esta razón que, como Luterano, uno llega a esta conmemoración de Menlanchton con sentimientos ambivalentes. No olvidamos, ciertamente, el honor que se le debe como el Preceptor Germaniae, título que obtuvo a través de su colaboración con Lutero. Pero las consecuencias de su postura ulterior no pueden ser pasadas por alto.
En 1562, Joachim Mörlin (el antecesor de Martín Chemnitz en el cargo de superintendente de Brunswick), quien una vez fue estudiante de Lutero y Melanchton en Wittenberg, dio este veredicto sobre sus experiencias acerca de Melanchton luego de la muerte de Lutero:
«El Maestro Felipe fue mi preceptor durante mucho tiempo; le tengo en más que elevada estima por sus gloriosos y peculiares dones y el uso superlativo que Dios ha hecho de este hombre para muchos miles en Su iglesia desde los tiempos de Lutero. Sin embargo, ninguno de esos nobles caballeros puede esperar de mí, como de cualquier otra persona honesta, la confiada expectativa de que yo pudiera alabar y aceptar todo aquello que él ha hecho y escrito contra la Palabra de Dios -y aún de su propia enseñanza- luego de la muerte de Lutero, y no lo haré, pese a reconocer sus dones o su anterior servicio, porque hacer esto sería totalmente inadecuado y, peor todavía, abiertamente contrario a la Palabra de Dios. Gálatas 1: «Si aún un apóstol o un angel del cielo os anunciare otro Evangelio…»
Fuente:
http://comunidad.ciudad.com.ar/argentina/capital_federal/luteranos/Melanchton.htm
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