MUERTE DE DIOS


MUERTE DE DIOS
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SUMARIO: I. Muerte de Dios y ateísmo moderno.—II. Muerte de Dios, muerte del teísmo.—III. Muerte de Dios y Dios trinitatio.
No es casualidad que la noticia de la «muerte de Dios» que Nietzsche lanzara al viento al terminar el siglo XIX haya acontecido en la vieja Europa, bañada en el cristianismo. El Dios cristiano sabe, en efecto, lo que es la muerte, más aún, es un Dios que, justamente por ser Dios, permite que los hombres «lo arrojen de la vida», como vio lúcidamente D. Bonhoeffer. Esta «diferencia« del Dios cristiano da a aquella noticia su significado y alcance más profundos.


I. Muerte de Dios y ateísmo moderno

La expresión «muerte de Dios« tuvo, en efecto, su primer hogar en la teología cristiana, pero Hegel la elevó a categoría filosófica para significar la ausencia de Dios, el sentimiento básicamente ateo de la Modernidad. La subjetividad moderna se ha emancipado de la tutela religiosa y se ha afirmado, bajo el influjo de la religión de los nuevos tiempos, el protestantismo, autónoma y autosuficiente. En cuanto tal, ha perdido a Dios del horizonte, de la objetividad, lo ha tenido que perder para ser ella misma. Aunque sufre el dolor de su ausencia, no puede no querer esta ausencia y vive así en permanente desgarro, entre la afirmación de lo finito y la nostalgia del Infinito.

Para Hegel, esta experiencia histórica de la ausencia de Dios —del Dios cristiano— en la Modernidad es una experiencia en principio positiva, incluso necesaria como momento de verdad para un estadio ulterior del Espíritu. La ausencia de Dios, el ateísmo del «viernes santo especulativo« es un paso obligado, aunque ciertamente doloroso, para la «resurrección« de una nueva figura del Espíritu. La muerte de Dios adquiere entonces pleno sentido, como veremos más adelante.

Muy otra es la experiencia de la que Nietzsche se hizo portador al proclamar la buena-mala noticia de la «muerte de Dios«. También fue para él «el más importante de los últimos acontecimientos», pero su significación ya no era el obligado paso del «viernes santo especulativo», sino la definitiva pérdida de Dios en la historia moderna. Nietzsche piensa, como Hegel, en el Dios cristiano, pero en realidad es, como bien interpretó Heidegger, el Dios que, fusionado con la razón griega y transformado en poder, ha servido de pivote y fundamento de la metafísica y de la cultura occidental. Podría afirmarse por eso que la muerte de este Dios también era una experiencia positiva, un paso obligado para una etapa superior del Espíritu, y así la celebró Nietzsche asumiendo sus consecuencias. Sólo que ese «paso« no conducía a una nueva, más auténtica, experiencia e imagen de Dios, sino, como se ha dicho, a su completa ausencia. La denominada «teología radical de la muerte de Dios» tuvo la honradez y la valentía de tomarse en serio las «sombras» que la buena-mala noticia con la que Nietzsche se adelantó a su tiempo había ya extendido sobre Europa. Pero en este loable intento terminaron, también ellos, quedándose sin Dios. Así, en concreto, W. Hamilton, que considera al teólogo radical «un hombre sin Dios que no anticipa su vuelta», aunque la espera pacientemente en su ausencia; Th. Altizer, que, apurando a Hegel, introduce a Dios de tal modo en la inmanencia que termina reduciéndolo a ella; y, sobre todo, Van Buren, quien no sólo proclama la muerte de Dios, sino el sinsentido de su mismo planteamiento’, cediendo a la fascinación de la razón positivista-instrumental, al «mito de lo que existe», del caso (Horkheimer-Adorno). Seguir reivindicando el derecho a hacer teología sin Dios, como lo hicieron, era una empresa poco seria que sólo podía interesar a los estetas o, peor aún, a los comerciantes de modas.


II. Muerte de Dios, muerte del teísmo

La teología menos radical de la «muerte de Dios», como la de G. Vahanian’ y la del obispo J. Robinson», fue más consciente de las raíces cristianas de ese acontecimiento y su objetivo se cifró, en línea con la teología de sus mentores, F. Gogarten y D. Bonhoeffer, en superar el teísmo tradicional y el cristianismo convencional y en lograr una más genuina experiencia cristiana de Dios, un cristianismo «iconoclasta» y «profético», que diría Vahanian’°, capaz de servir al mundo sin pactar con él.

Fue, sin embargo, D. Bonhoeffer, como ya insinué, el que desarrolló la reflexión y las propuestas más serias en este sentido. Bonhoeffer se toma absolutamente en serio la muerte de Dios en la Modernidad como un verdadero «kairós» (Tillich) para reganar la genuina experiencia e imagen del Dios cristiano. La experiencia moderna de la ausencia de Dios en el mundo, del «etsi Deus non daretur»(H. Grotius), no es, según él, una experiencia de ateísmo, sino una experiencia del Dios cristiano que no sólo no compite con el hombre, sino que «nos deja vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo ‘Dios’, el Dios que, estando con nosotros, nos abandona (Mc 15,34)«.

Para Bonhoeffer, es la experiencia del genuino Dios cristiano que, a diferencia de los ídolos y también del Dios-poder del teísmo y de los filósofos, es un Dios débil que «se deja colgar por el mundo en una cruz», se deja «echar fuera del mundo« y así sostiene al mundo, sufre con él y lo salva. «Dios se deja colgar por el mundo en una cruz; Dios está sin poder y débil en el mundo, y precisamente así y sólo así está entre nosotros. La ausencia de Dios en el mundo moderno, emancipado, puede ser por eso la gran oportunidad de descubrir el rostro del Dios de Jesús, que está ausente como poder pero presente como debilidad y amor, como lo que realmente es, y madurar así una fe purificada de falsa religión que rebaje a Dios a un «Deus ex machina», una fe desnuda y gratuita que hace experiencia de Dios en la Cruz de Jesús. De aquí la necesidad, para Bonhoeffer, de una interpretación mundana,no-religiosa, del cristianismo. Pero ésta no significa en él ceder a la fascinación de la inmanencia, como sucedió en sus epígonos, los teólogos radicales de la «muerte de Dios», sino más bien reconocer y hacerse cargo de la verdadera divinidad de Dios. Sólo una fe que se corresponda con esta divinidad será, según Bonhoeffer, capaz de afrontar con dignidad y de responder al desafio del ateísmo moderno».


III. Muerte de Dios y Dios trinitario

Bonhoeffer supo captar con sorprendente lucidez el alcance de este desafío para la fe en el Dios cristiano. No fue mera casualidad que este descubrimiento lo hiciera en la cárcel, es decir, en la debilidad y el sufrimiento. Era justamente el lugar preferencial de acceso a la divinidad del Dios de Jesús. Y era también el lugar más «ateo« de este mundo moderno. Su ejecución y muerte cortaron su reflexión, la dejaron en fragmento. De otro modo, tal vez la hubiera llevado hasta el ser mismo de Dios y habría explicitado y desarrollado una teología trinitaria como respuesta a aquel desafío.

Antes que él, ya Hegel había abierto este camino pensando hasta el final las consecuencias de la muerte de Dios para el ser mismo de Dios, pensando la muerte de Dios como momento de verdad en Dios mismo, en la Idea suprema, en el Absoluto. La negación dolorosa, la muerte, pertenece a la historia misma de Dios, porque Dios es Espíritu que se despliega en lo otro de sí y retorna sobre sí plenamente pasando por lo otro. La «muerte de Dios» no conduce al ateísmo, sino al Dios Trinitario. La teología de la Cruz y la doctrina de la Trinidad se fundamentan y complementan mutuamente. «La reconciliación en Cristo, en la que creímos, —afirma— no tiene sentido si no se tiene conciencia de que Dios es trino’.

Esta filosofía del Crucificado en cuanto doctrina del Dios trino constituye un hito en la historia del pensamiento filosófico y teológico cristiano. Pero es una filosofía que pretende, a la vez, agotar todo el contenido de la teología; con lo cual abrió también el camino para la disolución del cristianismo, y en concreto de la idea de Dios, en pura proyección humana, como sucedió en la filosofía de Feuerbach, abocando en la «muerte de Dios« del ateísmo, de cuya noticia Nietzsche se hizo eco y portador.

En la línea abierta por Bonhoeffer han sido sobre todo teólogos protestantes, como J. Moltmann o D. Sólle, quienes han desarrollado una teología trinitaria de la muerte de Dios en la Cruz de Jesús como respuesta al ateísmo del mundo moderno. La teología católica ha entrado tarde en el debate, porque tarde ha afrontado el desafío de la subjetividad moderna. Pero al entrar ha llevado el debate al terreno de la praxis, donde se decide el sentido o sinsentido del discurso de la «muerte de Dios« y donde el Dios cristiano se muestra como Dios de Vida y como comunidad trinitaria de amor. La teología latinoamericana de la Liberación, en efecto, ha abordado el desafio ateo de la Modernidad desde el reverso de ésta, desde el mundo de las víctimas, y allí la «muerte de Dios» se experimenta sobre todo en la muerte real de los pobres que producen los ídolos del mundo verdaderamente ateo, porque injusto e inhumano. Y esa experiencia ha conducido también a un replanteamiento del discurso sobre Dios, pero no tanto en un despliegue teórico, aunque también, sino sobre todo en cuanto discurso práctico, en cuanto praxis de liberación, de vida y de fraternidad, de las comunidadés que confiesan al Dios de Vida y Amor, al Dios trinitario. Esta es la respuesta más radical de la teología cristiana, más radical que la de la denominada teología radical, al desafio de la «muerte de Dios» en la Modernidad.

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Juan José Sánchez

¿Libertad o libertinaje?

¿Libertad o libertinaje?

La sociedad solo funciona adecuadamente en la medida en que la ley moral de Dios es respetada y obedecida por todos y cada uno de nosotros

Por Sugel Michelén / El Caribe

Domingo 26 de marzo del 2006

En 1793 Madame Roland, heroína de la Revolución Francesa, fue decapitada en la Plaza de la Concordia. Cuenta la historia que el día de su ejecución, al encontrarse ante la estatua de la Libertad colocada justo en frente de la guillotina, pronunció estas famosas palabras: “Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.”

La revolución que esta mujer había apoyado con pasión, cual Saturno que devora a sus propios hijos, finalmente se volvió contra ella.

Estas palabras atribuidas a Roland constituyen una advertencia perenne del enorme peligro que encierra la falsa libertad. Son muchos los crímenes que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de una libertad desfigurada, mal comprendida, mal aplicada.

¿Es acaso libertad echar por tierra los parámetros morales establecidos por el Creador en Su Palabra y con los cuales podemos distinguir el bien del mal?

¿Es en verdad necesario pasar por alto los valores absolutos para llegar a ser genuinamente libres?

La sociedad sólo funciona adecuadamente en la medida en que la ley moral de Dios es respetada y obedecida. ¿Cómo serían las cosas si todos honráramos y obedeciéramos a las autoridades superiores: los hijos a los padres, los alumnos a los maestros, los ciudadanos al gobierno civil?

¿Cómo funcionaría la sociedad si no hubiese homicidas y pudiésemos estar seguros en cualquier lugar, a cualquier hora de la noche? ¿Si nadie cometiera adulterio ni hubiesen hogares rotos?

¿Si no tuviésemos que proteger nuestras propiedades por temor de los ladrones? ¿Si nadie mintiera? ¿Si nadie sintiera envidia de los demás ni codiciara sus posesiones? Algunos pensarán que es iluso esperar que las cosas sean así y tienen razón.

El hombre en su pecado no puede llenar la medida de la ley moral de Dios; pero el problema no está en la ley sino en el hombre.

La ley es un buen capitán, pero la naturaleza humana es un mal soldado. Por eso el Hijo de Dios se hizo Hombre, murió en una cruz y resucitó al tercer día: para redimirnos de nuestra esclavitud, de modo que podamos libremente obedecer la voluntad de Dios; no con una obediencia perfecta, pero sí genuina y creciente.

Es la verdad la que nos hace libres, no la ausencia de reglas; y la verdad se encarnó en nuestro Señor Jesucristo, por cuya fe el hombre es perdonado, libertado del pecado y hecho heredero de la vida eterna. A quien Él libertare será verdaderamente libre (Juan 8:36).

Sugel Michelén es pastor

http://www.elcaribecdn.com/articulo_caribe.aspx?id=81143&guid=0EE05D21046449A0969426FCB609F871&Seccion=4

Nuevo libro advierte del peligro de la fe llevada a la política

Nuevo libro advierte del peligro de la fe llevada a la política

Una obra polémica que caricaturiza las diferentes creencias religiosas

La fe puede justificarlo todo, por lo que debe permanecer lejos de la política. Este argumento se desprende del último libro publicado por el filósofo Sam Harris, y que arrasa en las listas de ventas de Estados Unidos. Harris advierte en él del peligro que existe en la relación entre religión y violencia, y afirma que la fe influye demasiado en la vida pública estadounidense. Para Harris, la política no puede someterse jamás a las creencias religiosas que, aunque irracionales, no suelen ser cuestionadas. Se asumen sin más y, por tanto, deben mantenerse al margen de la política porque pueden justificar cualquier acción. Para Harris, la religión está fragmentando la sociedad humana a nivel global, y éste es un peligro que podría acabar con todo lo que hemos construido. Por Yaiza Martínez.

Nuevo libro advierte del peligro de la fe llevada a la politica
Sam Harris_(author), autor de los bestsellers estadounidenses, The End of Faith y Letter to a Christian Nation, es un filósofo licenciado por la Universidad de Standford y especializado en tradiciones religiosas orientales y occidentales, que en la actualidad trabaja en el campo de la neurociencia para desentrañar los mecanismos cerebrales de las creencias. 

Su lucha social se ha centrado en los últimos años en advertir acerca del peligro que supone la religión en las sociedades modernas, el riesgo que implica que creencias irracionales –no demostrables- se usen para tomar decisiones políticas.

Desde este punto de vista, su útlimo libro, Letter to a Christian Nation, ofrece con argumentos racionales una refutación de las creencias que forman el núcleo del cristianismo fundamentalista, trata de temas actuales como el diseño inteligente o la investigación con células madre o la peligrosa relación entre religión y violencia. Asimismo, advierte de la influencia que la fe ejerce en la vida pública de Estados Unidos.

Dentro de la obra, en una “Nota a los lectores”, Harris señala que el 44% de la población norteamericana está convencida de que Jesús va a volver en algún momento de los próximos 50 años para juzgar a los vivos y a los muertos, y que ése será el fin de los tiempos. Con semejante número de personas con creencias tan apocalípticas, se pregunta Harris, ¿cómo podrán estos creyentes ayudar a crear un futuro perdurable para todos?

Si algunos de los miembros del gobierno estadounidense realmente tiene fe en esta profecía, el riesgo aumenta: la política no debería bajo ningún pretexto estar sometida a las creencias religiosas, sino que debería mantenerse al margen de éstas. Los fundamentalismos ya no son ninguna broma ni una simple opción a mantener en la privacidad: Harris trata de dar cuenta de la peligrosidad que implican al pasar al terreno de las decisiones políticas, y pide que los intelectuales no se mantengan al margen de la crítica a la religión como fuente de daños públicos, sino que utilicen sus conocimientos para concienciar a la población.

De los primeros en las listas

Letter to a Christian Nation está en los primeros puestos de las listas de ventas de libros en Estados Unidos, acompañando con sus ideas a las de otros famosos y contestatarios ateos, como Richard Dawkins, que ven que este país viola los derechos humanos en nombre de Dios.

Por eso, Harris señala que ésta es una cuestión urgente. Hijo de una madre judía y un padre cuáquero, el autor afirma que la fe en Dios, en cualquier Dios, es irracional como mínimo y, en el peor de los casos, puede resultar devastadora para la sociedad humana.

Este segundo libro que ha escrito es una respuesta a las cartas que recibió como consecuencia de la publicación de The End of Faith, en las que los cristianos le reprochaban que no creyese en Dios. Para él, la religión nos está fragmentándonos a nivel global.

La polarización religiosa forma parte de muchos de los conflictos mundiales, incluyendo los de Israel e Irán. Sin embargo, esto nunca se discute, declaró Harris para la agencia Reuters, ya que poca gente llama a las cosas por su nombre.

Renunciar a la fe

Harris no tiene nada en contra de las iglesias ni las sinagogas, ni contra las celebraciones religiosas. Sin embargo, como otros intelectuales ateos de Estados Unidos, piensa que se debe reaccionar contra la relación entre la religión y la política. Las actuaciones de la administración Bush, el fracaso de la separación entre Iglesia y Estado, y el conflicto aparentemente interminable con Oriente Medio, están haciendo que la opinión pública estadounidense se sienta realmente molesta.

Para Harris, la solución pasa porque renunciemos a la fe, si queremos que la violencia religiosa no acabe con nuestra civilización. Con este argumento radical afronta una problemática que, según él, está originada por una irracionalidad que justifica cualquier cosa.

Harris señala que Occidente se asombra por las barbaridades que pueden llegar a hacer los islamistas radicales y permanece impávido ante el daño que originan nuestros propios mitos religiosos, cuando ambos comportamientos vienen igualmente dirigidos por un la fe en un Dios imaginario.

Harris teme los efectos de esta fe sobre el mundo, lo que le ha llevado incluso a estudiar el cerebro humano, con la intención de combinar la neurociencia y la filosofía para intentar comprender qué nos hace mantener nuestras creencias o ser incrédulos.

Creencias y política

En una entrevista realizada por Eduardo Punset a Sam Harris para el programa de televisión española Redes a finales del año pasado, Harris señaló que las creencias religiosas nunca son cuestionadas del mismo modo que otros tipos de creencias, nadie exige motivos fundamentados para validar cualquier tipo de fe.

Harris se alarma de que la fe en Dios llegue a impulsar a los senadores de Estados Unidos con respecto a las políticas a aplicar.

En la mayoría de los países, señaló en dicha entrevista, se educa a los niños para que acepten las proposiciones religiosas sin cuestionarlas. Eso hace que estemos dispuestos a cuestionarnos cualquier creencia – incluso los fundamentalistas religiosos son extremadamente lógicos en otras áreas de sus vidas- menos las religiosas. Y de ahí viene el peligro, porque éstas pueden justificarlo todo.

De la misma manera que un terrorista suicida cree que inmolándose irá directo al paraíso tras su muerte, uno acepta que se conquisten países en los que morirán miles de inocentes porque “Dios está de nuestro lado”. Ambas ideas, igual de irracionales y basadas en creencias dogmáticas, tienen resultados igualmente nefastos para la humanidad.

Es decir, que la fe no queda confinada sólo al campo de la religión, sino que actualmente repercute en la política social y en los conflictos interculturales, porque la gente que cree en ello realmente piensa que sus interpretaciones del mundo son totalmente correctas.

Amplias críticas

La obra de Harris ha sido ampliamente criticada, especialmente por personalidades creyentes. Se le acusa de caricaturizar las diferentes religiones, desde el Islam al Judaísmo y el Cristianismo, de las que destaca únicamente sus aspectos negativos, sin valorar las aportaciones socialmente constructivas de las creencias religiosas. También se ha destacado su intransigencia hacia la fe, potencialmente capaz de generar tanto daño como los fanatismos religiosos.

Por otra parte, Harris ignora además la inmensa aportación crítica que, especialmente dentro del cristianismo, se está haciendo para frenar el auge de los fundamentalismos, conectando religión con ciencia y cultura moderna. Hoy en día religión no debe identificarse sólo con «fundamentalismo», aunque en ocasiones, quizá demasiadas, sea correcto hacerlo.

martes 31 Octubre 2006

la diferencia entre el Poder de Dios y El Poder del Mundo (IV)

IV ¿Quien es nuestro Dios?

  • Quien es nuestro Dios

 

«Hoy todo mundo habla de Dios. En sí, la misma palabra Dios está en la boca de todos los hombres, aún de los mismos que niegan su existencia. Parece que la idea de Dios se ha desvirtuado en gran manera. Veamos algunos ejemplos:

Los artistas dan gracias a Dios por los éxitos obtenidos en sus vidas, sin importar la vida que tengan atrás.

La gente dice “gracias a Dios” por lo que recibimos, sin realmente estar conscientes de lo que están diciendo.

Bush y Sadamm hablan de Dios en vísperas de la guerra, sin darse cuenta que Dios no tiene injerencia en este conflicto bélico

Los mismos cristianos decimos a los hermanos cuando los saludamos, “Dios le bendiga”, posiblemente como un estribillo y no como una realidad espiritual.

Los masones hablan del Gran Arquitecto Universal

Las grandes religiones hablan de Dios. Sí, los hindúes hablan de Dios y las divinidades, los musulmanes de Alá (Dios), los judíos de Yahvé (Dios), las religiones antiguas tenían sus dioses y su Dios principal.

En fin, la idea de Dios está bien arraigada en el hombre desde tiempos antiguos. Las cifras no mienten, se estima que el 80 % de la población profesa una religión, y cada religión en este planeta tiene la creencia en un Dios.

Todo esto lo menciono porque cuando los cristianos hablamos de Dios debemos dejar bien claro de qué Dios (aunque no haya otros dioses) estamos hablando.

Cuando hoy en día dos personas quieren ponerse de acuerdo sobre lo que cada una entiende por Dios, lo primero que harán será poner en claro con toda precisión en quién piensan, si es en el Padre de Jesucristo, es decir, en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob o en algún otro ser supremo.

Esto es muy importante, nosotros, los creyentes en Jesús, estamos identificados con el Dios de la Biblia.» (107)

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la diferencia entre el Poder de Dios y El Poder del Mundo (III)

III. El poder del Mundo

Un soldado israeli
Una imagen típica de guerra en Jerusalén. Un soldado se agacha detrás de una muro protegiendo la avanzada de su escuadrón,1973

Margarita Rivière, en “el ritmo del Infierno», escribe acerca de la obra de Estefanía y nos da además una visión personal sobre el poder en el mundo. Ella comenta que «la gran paradoja de nuestro tiempo es que en esta época en que se proclama laica, existen hombres que quieren ser dioses y hacen de los números una religión universal. » (63)

Margarita Rivière, cita a Mijali Bulgakov quien señala: «»Todo poder es una violencia ejercida sobre las gentes».» (64)

Luego, ella comenta que «para el periodista y economista Joaquín Estefanía, el poder es potestad, poderío, prepotencia, preponderancia, dominio, mando, privilegio, pero ante todo es superioridad, ya que argumenta que todo poder es una conspiración contra el débil.» (65)

Ella entiende que «de hecho el poder es la capacidad o facultad para mandar o imponer una voluntad sobreEl Mundo y sus Luchas de Poderes otra. En cada sociedad y en cada institución social existen poderes que luchan por imponerse unos a otros; aunque no todos tienen en el mismo éxito en su empresa. Aclara incluso que cuando los más fuertes se imponen en un periodo o circunstancia determinada, pueden llegar a ser los más débiles en la siguiente. Los poderes fácticos son aquellos que cambian con el tiempo, entre los que se encuentran: la política, los hombres de las finanzas, los medios masivos de comunicación, los sindicatos, los patrones, los militares, la iglesia y al final de la lista los ciudadanos cuando castigan con su voto o su abstención. El poder se hace más evidente, es más perceptible en los totalitarismos que en las democracias, en las que la manipulación suele ser más subliminal. Al respecto Estefanía señala «Los hombres se sirven de palabras para ocultar sus verdaderos pensamientos, y de los pensamientos para justificar sus injusticias. En la actualidad se confunden los términos poderoso e influyente; de hecho se han vuelto casi sinónimos, ya que la única diferencia radica en que el primero deviene de la autoridad y el segundo es aquél que ejerce esta autoridad a cambio de dinero (que compra el poder).

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la diferencia entre el Poder de Dios y El Poder del Mundo (II)

II. El Poder de Dios

«La poesía hebrea celebra con singular sentimiento el poder de Dios. El verdadero poder o capacidad de ejercer verdadera Autoridad corresponde solamente a Dios (Sal 62.11). El poder de Dios se manifiesta en la creación y Dios mantiene a esta con su poder (Sal 65.5–8; 148.5). Dios concede parte de su autoridad al género humano (Gen 1.26ss; Sal 8.5–8), pero en muchas ocasiones interviene activamente en los asuntos de su pueblo Israel, por ejemplo, y lo redime mediante su acción directa (Ex 15.6; Deut 5.15ss).

Los antiguos nombres hebreos aplicados al Dios de Israel, tales como “el Fuerte de Jacob” (Gen 49.24), “el Fuerte de Israel” (Is 1.24), “El Shadai” (Ex 6.3) y “Él” (Gen 33.20), revelan un alto concepto del poder de Dios.

En el Nuevo Testamento las palabras griegas dynamis y exouséa expresan el poder de Dios, y las doxologías celebran este poder manifestado en Cristo (por ejemplo, I Cor 1.24). Exouséa significa autoridad derivada o conferida, garantía o derecho de hacer algo (Mat 21.23–27), y en este sentido Jesús es portador de la autoridad de Dios. Dynamis expresa habilidad o energía en el creyente (Ef. 3.16), acción poderosa (Hch 2.22) o espíritu poderoso (Ro 8.38; cf. Mat 28.18). Cristo actúa por el poder que recibió de su Padre para perdonar pecados y para echar fuera demonios o espíritus malignos, y a su vez confiere este poder a sus discípulos (Mat 9.6; 10.1). A ellos dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1.12) y cooperar en la tarea evangelizadora (Mar 3.15).

Jesús inició su ministerio en el poder (dynamis) del Espíritu (Luc 4.14; 5.17). En el Nuevo Testamento el poder de Dios se manifiesta armoniosamente en las acciones de la Trinidad (Mat 11.25; Jn 5.17). En el mensaje del apóstol Pablo la resurrección de Cristo es la prueba más sobresaliente del poder de Dios (Ro 1.4; Ef. 1.19ss; Filip 3.10).» (18)

El Pastor Alberto F. Roldán, Buenos Aires, en un documento electrónico titulado “El poder de Dios está a favor de nosotros (Ef. 1.18-23)” (28 de Julio de 2005), escribió lo siguiente: «Vivimos bajo la amenaza constante del poder del Mal. Ese poder es destructivo y devastador. En pocos instantes puede destruir miles de vidas humanas y ciudades enteras. Contrario a ese poder negativo es el poder de Dios. ¿Cómo es el poder de Dios? ¿Cómo se despliega? ¿A favor de quiénes está ese poder? » (19)

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