HISTORIA DE LA TEORIA DE LA EVOLUCIÓN
Por Plinio el Insurrecto
El pensamiento sobre los orígenes y diversidad de la vida es un fenómeno tan antiguo como el ser humano pero, como siempre en la historia del pensamiento, hay que remontarse a los filósofos de la antigua Grecia para encontrar ideas y teorías sobre el origen de la vida basadas en fenómenos naturales y no en principios religiosos o míticos. Sin embargo, aunque estos pensadores griegos estuvieron obsesionados con los orígenes del Universo, de la Tierra, de la vida, de los animales y del ser humano, no prestaron atención a los cambios subsiguientes y, por tanto, a una posible evolución.
Después de la caída del Imperio Romano, una nueva ideología, el cristianismo, se apoderó del pensamiento en occidente. Suprimió la libertad de pensamiento existente anteriormente e impuso el dogma bíblico, que evidentemente no permitía contemplar cambios evolutivos. Más tarde, cuando durante la Edad Media se endureció el cuerpo dogmático del cristianismo, el estancamiento intelectual fue aun más acentuado. La visión del mundo imperante estaba basada en un diseño del universo hasta en sus mínimos detalles por un creador inteligente.
Hasta el siglo dieciocho el concepto de evolución no se abrió camino en las mentes de los pensadores más avanzados. Este periodo coincide a su vez con un periodo de intensas transformaciones sociales que alcanzan su apogeo con la revolución francesa de 1789. El desgaste en las ciencias naturales de la creencia en un mundo estable se correspondió, en el mundo de las ideas políticas, con el cuestionamiento del feudalismo y de las dinastías de inspiración divina. El francés Buffon junto con el sueco Linneo, fueron los naturalistas más destacados del siglo dieciocho. Buffon elevó la historia natural a la categoría de ciencia y ejerció una enorme influencia sobre su desarrollo posterior. Abordó casi todos los problemas a los que se enfrentarían las teorías evolutivas más tarde (concepto de especie, tipos de clasificación, causas de extinción, etc.) pero no acabó de aceptar la posibilidad de evolución. También el gran naturalista sueco Linneo contribuyo a sustentar las teorías evolutivas al desarrollar un sistema de clasificación natural jerárquico, que en su momento forzaría la aceptación del concepto de ascendencia común.
A finales del siglo ilustrado existían una serie de problemas científicos demandando soluciones como el origen de la diversidad biológica, su aparente organización en un sistema natural y la fascinante adaptación de todos los organismos a las condiciones de su medio. Además, estaban planteadas contradicciones con el concepto de la sabiduría y benevolencia del creador como la extinción de especies y los órganos vestigiales. El creacionismo ofrecía soluciones poco satisfactorias a estos problemas. Era solo cuestión de tiempo hasta que algún naturalista tuviera la originalidad y el coraje de proponer una solución en conflicto claro con el dogma imperante. Esa persona fue el biólogo francés Jean Baptiste Lamarck.
Lamarck fue sin duda el primer evolucionista genuino al sustituir un mundo estático por otro dinámico y en cambio permanente, defensor de cambios graduales y de la inmensa edad de la Tierra y promotor de la importancia de la conducta y del ambiente. Sin embargo, Lamarck aceptaba la generación espontánea de los organismos más simples y por eso no percibió una ascendencia común de todos los seres vivos como ramificaciones desde un tronco común. La evolución según Lamarck se produce por adaptación progresiva de cada uno de los individuos de una población a cambios ambientales. Así la variación sería causada por el ambiente mismo (algo totalmente distinto al mecanismo que más tarde propondría Darwin) y estos cambios son transferidos a las siguientes generaciones por la herencia de los caracteres adquiridos en cada generación. El modelo propuesto por Lamarck para explicar cambios evolutivos era complejo, pero los datos actuales no han confirmado su paradigma, aunque recientemente evidencias moleculares parecen sugerir la posibilidad de herencia de ciertas modificaciones inducidas por el ambiente.
A pesar de que Lamarck propuso unos mecanismos para explicar el cambio gradual de las especies, todas las autoridades científicas de la época consiguieron reconciliar estas teorías con un mundo que demostraba la armonía de la naturaleza y la sabiduría del creador. Hasta que el 24 de noviembre de 1859 se publicó un libro que cambiaría la percepción humana de la naturaleza para siempre: “El Origen de las Especies”, de Charles Darwin.
Esta obra, y otras posteriores de Darwin, siguen plenamente vigentes, guían la investigación en un creciente número de especialidades de la biología y están influyendo cada vez más en las ciencias sociales y las humanidades. Una prueba de su vigencia y actualidad es la gran cantidad de detractores que aun sigue atrayendo, algo que una teoría obsoleta raramente consigue. Otra prueba de la peligrosidad para las ideas reaccionarias de la idea básica de Darwin es que los gobernantes de ciertos países islámicos o ciertos estados conservadores de los EEUU continúan poniendo trabas al darwinismo. Lo que más preocupa a los detractores y críticos de la teoría de la evolución por selección natural, es que dicha teoría ha desmontado el artificio científico creado para demostrar un mundo estable y diseñado para el ser humano por un creador inteligente, y ha dejado en su lugar una naturaleza cambiante y caótica dominada por un mecanismo algorítmico de cortas miras, sin previsión ni finalidad alguna, pero implacable e inevitable, lo que Darwin llamó la selección natural. Esto es lo más extraordinario de la obra de Darwin, ya que ofrecía una explicación racional de los mecanismos de la evolución. Lo esencial de este concepto es que pequeñas diferencias aleatorias y hereditarias entre individuos determinan probabilidades diferentes de supervivencia y reproducción (éxito para unos y muerte sin descendencia para otros), y que esa criba natural determina cambios significativos en la forma, tamaño, fuerza, defensas, color, bioquímica y comportamiento de la progenie. Dado que los individuos con menos éxito dejan menos descendencia, las variaciones desfavorables tienden a desaparecer, mientras que las variaciones favorables tienden a persistir y extenderse a toda la población (para más información consultar: http://www.nodo50.org/arevolucionaria/articulos3/aproevolutiva.htm).
Una creencia muy extendida es que el naturalista, también inglés, Alfred Russell Wallace fue el primero en desarrollar la teoría de la selección natural. Esto se debe a que Wallace escribió al propio Darwin en 1858 presentándole sus ideas y pidiéndole comentarios. Y Darwin, que llevaba 20 años acumulando datos para sustentar su teoría, se quedó anonadado ante la coincidencia de ideas. Para que el trabajo callado de Darwin durante dos décadas no fuera menoscabado, en julio de 1858 se presentaron a la vez el artículo de Wallace y un ensayo que Darwin ya había presentado en 1844. De esta manera no se dio prioridad temporal a ninguno de los autores. Pero esto provocó que a continuación Darwin redactará en 9 meses un resumen de su trabajo que fue publicado mucho antes de lo que Darwin hubiera querido: “El Origen de las Especies”. Pero lo que parece claro es que ni Darwin copió nada de Wallace como demuestran sus cuadernos de notas, ni impidió la publicación del artículo de Wallace. Tampoco se podía comparar el artículo breve de Wallace con la obra monumental de acumulación de datos, defensa de argumentos y elaboración teórica que fue el libro de Darwin. El propio Wallace lo reconoció al considerar siempre a Darwin como el principal artífice de la teoría y expresar siempre su profunda admiración por él. Habría que añadir que Wallace nunca llegó a aceptar que la inteligencia humana tuviera un origen evolutivo.
Si la evolución como tal y la evolución por ascendencia común están en la actualidad ampliamente aceptadas por la comunidad científica y hasta por representantes del estamento religioso (Juan Pablo II ha llegado a aceptar cierta evolución recientemente), el carácter gradual de la evolución y el mecanismo de la selección natural siguen encontrando una fuerte resistencia no siempre basada en datos científicos. Las críticas a la selección natural fueron generalizadas desde un principio. En primer lugar la selección natural eliminó la necesidad de un diseñador divino y la existencia de una teología cósmica o finalismo. Contribuyó también a desbancar el esencialismo reinante al mostrar una inmensa variabilidad en la naturaleza y una casi infinita posibilidad de cambios dado un suficiente periodo de tiempo. La dificultad para realizar pruebas experimentales es una crítica muy utilizada, crítica que no se aplica con la misma saña a ciencias como la astronomía o la geología que también son de difícil comprobación experimental. En este tipo de ciencias se pueden formular hipótesis basadas en observaciones, que pueden ser luego comprobadas con nuevas observaciones. Otra fuerte resistencia procede del rechazo generalizado a cualquier base biológica del comportamiento humano bajo el lema “todo en la conducta humana es cultural”, tradición científica errónea en las disciplinas humanistas.
En los ochenta años posteriores a la publicación de “El Origen de las Especies” se produjo una gran diversidad de opiniones entre los biólogos evolucionistas. Pero paradójicamente, en ningún país de Europa se aceptó con tanta facilidad la teoría de la selección natural como en la Rusia anterior a Stalin. Una de las aportaciones más singulares al estudio de la evolución fue la obra “Ayuda Mutua” del anarquista ruso Kropotkin. Este personaje fue el primero en resaltar que la derecha política había hecho demasiado hincapié en el individualismo y la competencia como consecuencias de la selección natural, despreciando las importantes evidencias de cooperación entre animales.
Después de la muerte de Darwin en 1882, los evolucionistas comenzaron a divergir en cuanto a sus conceptos. Por un lado los embriólogos, fisiólogos y genetistas, enfocaron el problema de los cambios evolutivos sin tener en cuenta el problema de la diversidad de especies y la variación geográfica, que eran el foco de atención de zoólogos, botánicos y paleontólogos. Unos estudiaban células y genes, mientras los otros trataban poblaciones, especies, y taxones superiores. Una barrera de comunicación se empezó ha establecer entre estas dos tradiciones científicas que dio lugar a la síntesis neo-darwinista entre 1936 y 1947. Este consenso entre las diversas ramas de la biología se basa en dos conclusiones: que la evolución es gradual y puede ser explicada por la selección natural actuando sobre pequeños cambios genéticos y su recombinación, y que considerando las especies como conjuntos de poblaciones reproductivamente aisladas entre sí y analizando su ecología se podía explicar el origen de la diversidad biológica como consistente con los mecanismos genéticos conocidos y con las evidencias de los naturalistas.
Después de la síntesis evolutiva, y especialmente en las últimas décadas, ha habido una autentica explosión de estudios con relevancia evolutiva en temas que van desde la conducta animal y las interacciones ecológicas hasta la antropología y la psicología. Una rama nueva de la biología, la biología molecular, experimentó un rápido crecimiento a partir del descubrimiento de la estructura del ADN en 1953. Dos conclusiones del darwinismo fueron confirmadas por la biología molecular: que todos los organismos vivos compartimos el mismo código genético (ascendencia común de todos los seres vivos) y que cambios en las proteínas no afectan al ADN (imposibilidad de herencia de caracteres adquiridos). Sin embargo, descubrimientos recientes están haciendo tambalearse esta última conclusión. La posibilidad de que el ambiente pueda afectar directamente a la herencia de los organismos empieza a abrirse camino, reivindicando en parte a algunas ideas de Lamarck. Esta variación influida por el ambiente y, por tanto, no azarosa se vería posteriormente sometida a los procesos selectivos, lo que ampliaría el campo de la selección natural darwinista. También permitiría tasas evolutivas más rápidas. Es este sin duda uno de los enfoques más novedosos en la biología evolutiva actual y al que se debe prestar una especial atención en los próximos años.
Sin embargo, parece dudoso que se modifique sustancialmente en el futuro la visión darwinista sobre la importancia de la selección natural como proceso productor de adaptación y de diversificación. Los debates abiertos actualmente demuestran que la biología evolutiva está bien viva y goza de buena salud.
No existe «a priori» incompatibilidad entre Darwin y la Biblia
No existe «a priori» incompatibilidad entre Darwin y la Biblia,aclaró el presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, en Ciudad Del Vaticano, el miércoles 17 de septiembre del 2008.
No existe «a priori» incompatibilidad entre las tesis de Charles Darwin y la Biblia, asegura el presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, el arzobispo Gianfranco Ravasi.
El prelado italiano, que es también presidente de la Comisión Pontificia de los Bienes Culturales, habló de la figura del biólogo británico que enunció la teoría de la evolución al presentar un congreso internacional que se celebrará en Roma del 3 al 7 de marzo.
El simposio, que tendrá como tema «Evolución biológica: hechos y teorías. Una valoración crítica 150 años después de ‘El origen de las especies'», reunirá en Roma a filósofos, teólogos y científicos de renombre internacional.
En el encuentro con los periodistas, este 16 de septiembre, monseñor Ravasi quiso «confirmar que no existe incompatibilidad a priori entre las teorías de la evolución con el mensaje de la Biblia y de la teología».
Según recordó, Darwin «nunca fue condenado, ‘El origen de las especies’ no está en el Índice (de libros prohibidos, ndt.), pero sobre todo hay pronunciamientos muy significativos en relación con la evolución por parte del mismo Magisterio eclesial».
El congreso, según dijo Ravasi, será interesante pues busca crear un diálogo entre filosofía, teología y ciencia. Fue presentado en la Oficina de Información de la Santa Sede y forma parte del proyecto STOQ (Science, Theology and the Ontological Quest, Ciencia, Teología e Investigación Ontológica)
El congreso ha sido organizado conjuntamente por la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y por la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE.UU.), bajo el patrocinio del Pontificio Consejo de la Cultura en el ámbito del proyecto STOQ (Science, Theology and the Ontological Quest) (Ciencia, Teología e Investigación Ontológica).
Este proyecto busca crear un puente filosófico entre ciencia y teología a través de programas de estudio, cursos universitarios, ciclos de conferencias, publicaciones científicas, etc. Forman parte del mismo universidades pontificias de Roma y algunos de los mayores científicos del mundo.
El congreso sobre la evolución, en concreto, es organizado por la Universidad Pontificia Gregoriana de roma y por la Notre Dame University de los Estados Unidos, con el patrocinio del Consejo Pontificio de la Cultura.
Monseñor Ravasi recordó dos pronunciamentos históricos sobre la evolución del Magisterio pontificio: la encíclica Humani Generis de Pío XII, del 12 Agosto 1950, y el Mensaje de Juan Pablo II a la Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias, del 22 de octubre de 1996.
Monseñor Ravasi explicó que el congreso busca afrontar el debate con tres actitudes básicas: ante todo investigación seria –que supere los lugares comunes–, humildad y optimismo.
El arzobispo explicó que teólogos, filósofos y científicos se mueven en «terrenos diferentes», pero «lo importante es que la línea de demarcación no se convierta en una ‘muralla china’ en un ‘telón de acero’, desde el que se mira al otro con desprecio».
«La distinción», advirtió «no es separación». «¡La distinción es necesaria!»
«Por tanto –aclaró–, hace falta un acto de humildad también por parte del teólogo que debe escuchar y aprender; por otro lado, hace falta superar la arrogancia de algunos científicos que abofetean a quien tiene fe y que consideran la fe y la teología como una herencia de un paleolítico intelectual».
En la rueda de prensa intervinieron además el padre Marc Leclerc, S.I., profesor de Filosofía de la Naturaleza, Pontificia Universidad Gregoriana; Gennaro Auletta, director científico del proyecto STOQ y profesor de Filosofía de la Ciencia, Pontificia Universidad Gregoriana y Alessandro Minelli, profesor de Zoología, Universidad de Padua (Italia).
El padre Leclerc constató que «el debate sobre la teoría de la evolución cada vez es más encendido, tanto en el ámbito cristiano como en el estrictamente evolucionista».
El sacerdote jesuita, al explicar los motivos que han llevado a la convocación del congreso, en este contexto, «pensamos que nuestro deber es tratar de esclarecer algunos puntos, ya que científicos, filósofos y teólogos cristianos, están directamente implicados en el debate, junto con colegas de otras confesiones o aconfesionales».
«Se trata de suscitar un amplio intercambio de opiniones desde el punto de vista racional, para favorecer un diálogo fecundo entre expertos de ámbitos diversos; la Iglesia está profundamente interesada en este diálogo, respetando plenamente el campo de cada uno», concluyó.
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