Paraguay: EL FUNDAMENTALISMO LUGUISTA

Paraguay: EL FUNDAMENTALISMO LUGUISTA
Autor: Luis Agüero Wagner

«Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire » (Woody Allen)
En 1993 Joseph Ratzinger publicó su libro “El fundamentalismo islámico” donde abordaba desde la óptica conservadora el problema de la instrumentalización de las energías religiosas en función política, tema de vigencia por estas playas desde que el cantinflesco obispo jubilado Fernando Lugo se tomó en serio la propaganda de la tendenciosa prensa local, que lo presentaba fantasiosamente como el nuevo fenómeno político del ambiente.

Esclarece Ratzinger que el aferrarse fanáticamente a las tradiciones religiosas se vincula en muchos sentidos al fanatismo político y militar, en el cual la religión se considera de forma directa como un camino de poder terrenal. También puntualiza el error de trasponer el concepto “fundamentalismo” al mundo árabe siendo que en realidad es una definición surgida para calificar a cristianos. El fundamentalismo es, según Ratzinger, en su sentido originario, una corriente surgida en el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la cual se pronunció contra el evolucionismo y la crítica bíblica y que, junto con la defensa de la absoluta infalibilidad de la Escritura, intentó proporcionar un sólido fundamento cristiano contra ambos. Cabe preguntarse cuál es el concepto para definir a los católicos que alentados por una bula papal de Alejandro VI invadieron Latinoamérica y arrasaron con esplendorosas civilizaciones como la inca o maya, y cometieron un genocidio contra los súbditos de estos y otros imperios, además del saqueo e imposición de una nueva religión por la fuerza de la espada, y todo ello en nombre de algo tan abstracto como su Dios. Mas que el fanatismo equiparable que Ratzinger ve entre la teología de la liberación, el terrorismo islámico y terrorismo marxista occidental, lo que sí se discierne con claridad es con qué facilidad algunos farsantes se aprovechan de las supersticiones “divinas” para apetencias bien terrenales, en nuestro caso –cuándo no- el divinizado zoquete.
Aunque Ratzinger se extiende en su obra sobre los fundamentalismos ajenos, no se caracteriza por ver la viga en el propio ojo precisamente. Como con bastante elocuencia lo ha dicho la red de Mujeres Católicas de América Latina en uno de sus comunicados: cuando hablamos de fundamentalismo nos referimos justamente a la posición expresada por Ratzinger. Todo su escrito es un acto de intolerancia, fanatismo, intento de volver al pasado, resistencia ante todo cambio, intento de imposición de la propia perspectiva como la única aceptable, rechazo al pluralismo, desconocimiento de la evolución en todos los ámbitos, rechazo a toda novedad, pánico ante la diversidad. 

Como puede notarse, esta controversia entre católicos no guarda mucha distancia de los términos en que giró la discusión sobre el dichoso pacto del 5 de febrero que con tan mala fortuna firmaron nuestros héroes de la oposición. 

Se sabe que el Fundamentalista es en el fondo un intransigente, por ello actúa como factor creador de conflictos y como enemigo del progreso, especialmente si se trata de avanzar en negociaciones, hecho que explica la actuación de la caterva de monaguillos en la “mesa de presidentes” de la extinta concertación, que con sus despropósitos hoy han ubicado a su candidato en una cómoda posición para luchar por el tercer puesto en las elecciones del año que viene. No estaría demás advertir sobre el peligro que implica el accionar de estos fanáticos, más aún si consideramos que el aprovechamiento de la religión en función de la política como conducto de “liberación de los oprimidos” es hoy en día la principal coartada para volar estaciones de trenes, estrellar aviones de pasajeros contra rascacielos de Nueva York, enviar sobres conteniendo ántrax o volatilizar autobuses londinenses. Para colmo, nuestros integristas criollos no han ocultado sus intenciones contenidas dentro del esquema maoísta que “la guerra revolucionaria se libra fuera del legalismo”, y han llamando a la yihad a sus seguidores en caso de cumplirse la cláusula constitucional que impide a un religioso postularse para presidente, amenaza que amerita cuando menos que nuestras autoridades encarguen una investigación al respecto a la analista Milda Rivarola.

Debo añadir que resulta lamentable y desalentador ver por estas playas a una caterva de politiqueros corruptos defendiendo y queriendo aprovecharse del opio de los pueblos, y de creencias morales de tiempos anteriores a la ilustración, con un apasionamiento digno de monaguillos que fueron abusados por el cura de la parroquia y quedaron prendados de él, agitando irresponsables sus arcaicas banderas a través de una presión política conjugada con el fundamentalismo religioso. Más aún resulta vergonzoso el espectáculo que dan cuando vemos que en la vecina República Argentina el ex capellán Von Wernich, involucrado en violaciones a los derechos humanos durante la pasada dictadura militar, acaba de ser declarado genocida y condenado a reclusión perpetua sin miramientos a su investidura religiosa, como realmente corresponde en una república. 

NOTA: Los monaguillos aludidos que cercaron al obispo Fernando Lugo, a pesar de lo que la prensa maccartista heredada de Stroessner quiso hacer creer, en realidad son viejos agentes del imperialismo norteamericano. Se cuentan entre ellos: *Guillermina Kanonikoff y Raul Monte Domecq, financistas de Lugo. Reciben dólares de USAID a través de la ONG fantasma Gestión Local.

*Camilo Soares, agente de la NED, referente de la Casa de la Juventud, beneficiaria de Dólares de la IAF.
*PMAS: partido surgido gracias a la acumulación de dólares del grupo anterior, recibió en el 2004 127.000 dólares de IAF, institución manejada por George W. Bush.

*Ricardo Canese, dirigente de Tekojoja. Propagandista de los planes de biocombustibles de George W. Bush.
*Aldo Zucolillo, ex propagandista del dictador Stroessner, mecenas del centro de detención y torturas de la dictadura paraguaya y alabardero del genocida Jorge Rafael Videla, hoy entusiasta impulsor de la candidatura de Fernando Lugo.

*Julio Benegas, empleado de Zucolillo en su diario ABC color, signatario de acuerdos con AFL-CIO, reputado peón de los fraudes imperialistas.

Barth: ¿El defensor de la Biblia?

Barth: ¿El defensor de la Biblia?

Septiembre 8th, 2008
Jos Angel Fernndez

Karl Barth es sin duda uno de esos teólogos cuyo nombre surge a menudo en conversaciones acerca de la crítica histórica y textual de la Biblia de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Muchos cristianos evangélicos citan a este teólogo como el defensor de los valores bíblicos correctos, como el personaje que puso los puntos sobre las íes a aquellos pensadores y filósofos liberales que se atrevieron a cuestionar la autoridad y centralidad de las Escrituras en el camino de la fe cristiana. Para muchos Karl Barth salvó el honor de la teología en el siglo XX, negándose a aceptar una teología de segundo orden y proclamando la soberanía teológica en medio del mundo político y social que le rodeaba, y llegando incluso a oponerse a la tiranía de Hitler desde el principio. De hecho la influencia política de Barth inspiró a muchos pastores y congregaciones a retener ciertos valores de integridad a la vista de la revolución que se avecinaba (algunos incluso afirman que personajes como Bonhoeffer recibieron su inspiración de Barth). Y por tanto no ha de sorprendernos que su teología, la teología barthiana, no haya dejado de estudiarse en los seminarios de todo el mundo (a pesar de la dificultad que conlleva el llegar a leer todo lo que este pensador escribió).

Sin embargo, con toda la importancia que tanto Barth como sus principios teológicos han tenido y continúan teniendo hoy en día, no acabo de entender y no dejo de sorprenderme cuando escucho hoy día a algunos cristianos elegir a un teólogo como Barth como el adalid del Cristianismo, el defensor de la Biblia, el teólogo de la Palabra de Dios. Es cierto que quizá sea así como él mismo se autodefinió en alguna ocasión, como el teólogo que ponía la Biblia en el centro de la fe (en comparación con aquellos otros pensadores de su época que parecían hacer lo contrario), pero para todo aquel que haya tenido ocasión de leer algunos de los textos de Barth (ni siquiera es necesario leerlos todos) es evidente que su teología se alejaba mucho de una que podamos considerar hoy día como bíblica (al menos en el sentido histórico de la palabra).

Barth parte del punto inicial de que ninguno de los milagros sucedieron realmente, entendiendo milagro como la interferencia de Dios con la conexión causal de efectos naturales. A menudo enemigos de Barth como Bultmann se enfadaban al escuchar que Barth hacía como si creyera que la resurrección había ocurrido realmente, cuando la realidad era que no creía nada parecido. Barth no tenía ningún problema, por ejemplo, para describir eventos como lo acontecido en los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión como un diálogo de los discípulos consigo mismos (pero sin creer por supuesto que dichos eventos formaron parte real de los eventos de la historia humana). A menudo dijo que una decisión histórica acerca de estos asuntos no era realmente importante. En sus propias palabras: “Puede que al final se demuestre que la tumba estaba abierta o cerrada; realmente da igual; ¿de qué sirve demostrar que la tumba estaba abierta o cerrada cerca de Jerusalén en el año 30?”.

Por otro parte Barth ponía la categoría de ‘revelación’ por encima de cualquier demostración histórico-científica que se pudiera hacer; para él ninguna conclusión histórica acerca de la veracidad o falsedad de ciertos eventos podía en principio reflejar la verdad de la revelación de Dios en dichos eventos. No tenía ningún problema para separar la investigación histórica de su categoría preferida, la de la revelación divina, por muy oscura que esta categoría fuera en la práctica. De nuevo en palabras de Barth: “El que no comprenda que nosotros ya no conocemos a Cristo según la carne (2 Corintios 5:16) debería dejar que la crítica bíblica se lo muestre: cuando más se llegue a sorprender, mucho mejor para él y para estos asuntos. Y quizá ese sea el servicio que el ‘conocimiento histórico’ ha de prestar a la verdadera tarea teológica”. (No me cabe duda de que muchos hoy día comparten esta actitud tan contraria a la investigación histórico-crítico-textual de la Biblia y optan por una teología separada de la investigación histórica.)

La pregunta que surge cuando nos encontramos con teólogos que anuncian una teología cristiana basada en Cristo pero que renuncian a la investigación histórica como base de dicha teología es: ¿cómo pueden estos teólogos asegurarnos que estamos hablando sobre la misma persona cuando hablan de Jesús? No podemos perder de vista la importancia de esta pregunta ante afirmaciones como esta (de nuevo procedente de los escritos de Barth):

“En la historia misma no hay nada, hasta donde el ojo puede alcanzar, que pueda darnos un fundamento para la fe… En la historia misma cualquier cosa podría siempre haber sido interpretada de forma muy distinta. Deberíamos mantener inequívocamente que la fe está basada en la revelación… y deberíamos acostumbrarnos a hablar de la revelación como una categoría especial, como la unidad irresoluble de lo que ocurre, lo que se habla y lo que se escucha que es presenciado en la Biblia. El que quiera encontrar revelación ha de encontrar revelación y nada distinto a ella, nada que pueda ser interpretado como revelación. De otra forma no estará encontrando revelación en absoluto”

O esta otra, quizá un poco más clara que la anterior: “Cuanto más claro hablan los testigos bíblicos de Jesucristo, más se pierde lo que dicen en el mundo de lo que hoy llamamos pura leyenda”. Es decir: cuanto más claramente afirma la Biblia que una revelación ha ocurrido, menos histórico es ese pasaje.

Al leer estas frases se vislumbra cada vez más una imagen clara de lo que Barth pretende: si bien por un lado Barth está de acuerdo con las conclusiones de sus contemporáneos liberales acerca del contenido de la Biblia en cuanto a su carácter histórico, al contrario que ellos Barth opta por recoger la Biblia y, aunque dejando a un lado sus afirmaciones como posibles eventos históricos, situarla en el centro mismo del evento de la revelación divina. Y al hacer esto Barth sitúa también la Biblia en el centro mismo de la fe, no como historia sino como parte de la revelación divina. Este es precisamente el truco teológico que le permite a Barth afirmar y proclamar todas las historias que contiene la Biblia como parte de la revelación divina (aunque no como eventos históricos que sucedieron realmente). Y este es el truco que obliga a Barth a llamar al nacimiento virginal ‘wunder’ en lugar de ‘mirakel’: un lector despistado podría pensar al leer estas palabras que la distinción entre ellas es insignificante y que Barth cree realmente que el nacimiento virginal ocurrió como evento histórico (sin embargo pero este lector estaría muy equivocado).

Por tanto: ¿es Barth el defensor de la Biblia? Quizá sí el defensor del concepto abstracto de Biblia como revelación de Dios (un concepto que irónicamente sirve de base a muchas de las ideas que existen hoy de inspiración, infalibilidad e inerrancia bíblicas), pero no de la Biblia como conjunto de relatos que pueden ser investigados históricamente y que nos pueden guiar hacia eventos que ocurrieron como parte de la historia humana.

http://www.lupaprotestante.com/blogs/textoseideas/?p=268