MONICA SIFRIM
Enigmas del mar Muerto
EN «EL EVANGELIO SEGUN VAN HUTTEN», EDITADA POR SEIX BARRAL, ABELARDO CASTILLO ELIGE LA NOVELA DE IDEAS, PERO CON EL RITMO Y EL SUSPENSO DE UN RELATO POLICIAL, PARA DESPLEGAR UNA HISTORIA INQUIETANTE QUE INDAGA EN LEGENDARIOS SECRETOS DE LA RELIGION.
No me volví místico», aclara el narrador Abelardo Castillo para los lectores que lo identifican por sus obras de ficción y por su participación en las polémicas literarias de la izquierda cultural. Su nueva novela, El evangelio según Van Hutten, es el homenaje que el escritor le rinde a ciertas preocupaciones religiosas que emergían en sus libros de juventud, pero que las urgencias de la época le habían obligado a postergar. Castillo devoró cientos de libros en bibliotecas especializadas, visitó museos, consultó a especialistas en historia sagrada y en idiomas semíticos. Lo hizo espontáneamente, para explicarse a sí mismo qué contenidos del cristianismo lo acercaban a Dios y cuáles eran los indicios cifrados en el mensaje de Jesús a los hombres de su época. Todas estas hipótesis fueron vertidas luego en un relato de tono policial, de ritmo ágil y prosa deliberadamente hospitalaria. Sólo que en su novela el suspenso está apoyado en las preguntas más inquietantes de la religión judeo-cristiana. Este es también, a su manera, el evangelio según Abelardo Castillo, y su autor no elude desafíos. Conjetura, interpreta y discute apasionadamente con los textos canónicos como si pudiera intervenir, con las armas de la literatura, en una contienda de otro mundo.
-Su novela parte de ese hallazgo arqueológico casual en el que dos beduinos encontraron rollos con manuscritos bíblicos en cuevas cercanas al mar Muerto. ¿Cómo logra traer esa trama a un escenario argentino? -Este personaje es un tipo de cincuenta años. Un historiador solitario que juega al ajedrez. Llega a La Cumbrecita, en Córdoba, luego de un conflicto con su mujer, que no se aclara demasiado. Lleva consigo un libro sobre la historia de las religiones. Mientras viaja, el taxista le pregunta qué está leyendo y para qué vino. El siente que, pese a que el taxista es europeo y escucha marchas alemanas, no es un interlocutor apto para conversar con él. No bien llega a La Cumbrecita empieza a sentirse vigilado.
-¿Qué busca el narrador en ese rincón apacible de Córdoba? -Allí está viviendo un arqueólogo llamado Van Hutten, que tiene ochenta años. El ha estado en la excavación del Qumran y todos lo daban ya por muerto. El lector adivina antes que el narrador que este hombre está vivo. Aquí aparece una trama que es entre policial y religiosa porque lo que ha descubierto el arqueólogo es un evangelio escrito en arameo. Eso demostraría que se trata de un texto contemporáneo de la época de Jesús. Es un evangelio muy transgresor que no coincide con los tradicionales. La trama gira en torno de ese evangelio que aparece en el libro. La pregunta sería por qué Van Hutten no mostró ese manuscrito cuando lo encontró. Y él responde que no lo mostró porque no quería perder su mundo confortable. El Hijo de Dios viene a proponer la revolución social. Junto con ese vínculo encuentra lo que va a llamar el Manifiesto comunista de Dios. Van Hutten cree en Dios, pero considera que Jesús era un hombre que dejaba huellas, se reía, podía hacer el amor con una mujer…
-¿No es un poco atrevido? -Sí. La novela es deliberadamente herética. Van Hutten es trangresor en el lenguaje y en su forma de creer en Dios. Para él lo satánico es la conciencia del hombre. Ni las tempestades ni las estrellas rompen el orden natural. Sólo el pensamiento del hombre es capaz de alterar ese orden. Ni los astros se preguntan cuál es su destino ni un maremoto es culpable de nada. El hombre, con la primera pregunta que se hizo, instaló el mal. El paraíso era toda la Tierra y de la Tierra fuimos expulsados. Me llama la atención, a propósito de esto, que mis personajes siempre son echados de alguna parte. En Crónica de un iniciado lo expulsan de Córdoba, en El que tiene sed, lo echan del manicomio que era como un paraíso, acá lo expulsan de La Cumbrecita.
-Usted no pertenece a una generación muy preocupada por las Sagradas Escrituras, ni siquiera por su enorme potencia literaria. -Es que yo me eduqué en un colegio religioso e iba a ser sacerdote, hasta los quince años, cuando perdí la fe. Y nunca hice demasiada diferencia entre cristianismo, comunismo o anarquismo. Además pasé la juventud rodeado de judíos. Tuve una formación judeo-cristiana real. Tiene que ver con mi niñez. Mi primera obra, a los veintidós, fue El otro Judas. Allí sostengo que hubo un pacto entre Jesús y Judas, no una traición. Jesús le avisa a Judas que ése era el momento de entregarlo. Porque eran las Pascuas y allí se reunían millones de judíos. Se sacrificaban doscientos cincuenta mil corderos en los mataderos del Templo. Era el momento ideal. Estaban dadas todas las condiciones para que un líder mesiánico dijera: «Bueno, terminemos con el Imperio».
-En las cuevas se encontaron fundamentalmente rollos con manuscritos del Antiguo Testamento. -Se encontraron también rollos esenios que tienen vínculos muy cercanos con el Nuevo Testamento. Incluso aparece allí la expresión «Hijo de Dios», tal como aparecerá después en los evangelios. Hay muchos materiales que nunca se tradujeron porque en ese tema están involucrados los tres poderes religiosos más importantes: los cristianos, los judíos y los mahometanos. A nadie le conviene que le cambien las cosas. Van Hutten dice que hay una confabulación en la que tiene que ver la Iglesia Católica y se refiere también a una intriga ligada al Museo Palestino, que cambia sucesivamente de poder pero nunca es un museo internacional. Curiosamente, detrás de cada una de las guerras del Oriente Medio hay un gran hallazgo arqueológico.
-¿Qué alega Van Hutten para ocultar esos hallazgos? -Pregunta, por ejemplo, qué hubiera pasado en los sesenta cuando todos eran zelotes y había que cambiar el mundo. El sostiene que los reformadores sociales, los Marx y los Bakunin, le tenían un miedo irracional al cristianismo y leían a Hegel cuando tenían que haber leído a San Pablo. Sin darse cuenta de que en los libros cristianos había un componente violento grandísimo.
-¿Por qué lo obsesionan estos temas ahora? -Ya te digo. No es de ahora. A los veintidós años escribí la obra de teatro El otro Judas que causó bastante escándalo. Después escribí Las piedras de Jericó, también basada en datos arqueológicos. En esa época me dijeron: «Pero vos querés escribir la Biblia en verso». Y yo les contesté: «La Biblia ya está en verso». Ahí ya está todo, desde el encuentro erótico del Cantar de los Cantares hasta las aventuras más sorprendentes y escabrosas. Yo no abandoné estos temas, los dejé en el fondo de mí mismo. Tal vez estaba mal visto en la época de El escarabajo de oro que un escritor ateo de izquierda se ocupara de ciertos temas. Humberto Costantini leía hebreo de entrecasa. Y después escribía cuentos realistas que respondían más al modo de ser de la época. Yo creo ser un escritor religioso. Que la fe se haya retirado de mí es una cosa al margen.
-¿Eso es posible? -Se puede ser cristiano sin creer que Jesús era el Hijo del Dios o el Mesías. Es una ética, un sentido particular del amor al prójimo. Creo que Jesús era muy duro en una época de conductores de hombres muy duros. Si te pegan en una mejilla hay que poner la otra. Pero no te dicen qué hay que hacer cuando te pegan en la segunda. Ahí sos libre. Unamuno decía que, en esos casos, hay que poner la mejilla del otro a la miseria.
-Pasan los años y hay temas que siguen despertando una curiosidad particular. La comprobación científica de los episodios bíblicos, los hallazgos arqueológicos ligados a la mitología. Parecen una fuente natural de tramas literarias de enigma. -Mi libro procesa todos los materiales de los que hablamos y los enmarca en una trama de tipo policial. Es lo que me propuse. Podría haber escrito una novela histórica, pero no quise. Investigué muchísimo y traté de darle una prosa más generosa con el lector. Hice una enorme trabajo estilístico. Quería que tuviera la seducción de lo detectivesco y que las ideas no se notaran. Que un lector que no tenga ni siquiera acceso a las ideas esenciales del libro lo pudiera leer casi como historia de aventuras.
-Los policiales de enigma tienen un componente lúdico. Este es un relato policial con materiales serios. -Esa es mi idea. Yo no podría escribir un policial absolutamente lúdico. Para mí el policial es una forma que debe trascenderse a sí misma. El modelo fue Dostoievsky. El escribió Crimen y Castigo, que en el fondo es un policial, y consiguió meter allí todas sus ideas sobre el mundo. Yo tenía que elegir entre escribir una novela histórica -esas que están de moda y que yo detesto- o escribir una novela contemporánea donde lo histórico entrara por la ventana. Que no ofrezca mayores resistencias al lector. Esta es la historia de un señor mayor que se enamora de una chica joven y finalmente la pierde. Debajo de eso está la historia, creíble o no, de un arqueológo uruguayo que sabe treinta idiomas y es un gran seductor.
-Parece capaz de defender una tesis sobre estos temas. ¿Pensó que iba a escribir una obra de gran escala? -Se me ocurrió con la idea cerrada, como para un relato corto, y así lo empecé a escribir. Después me di cuenta de que necesitaba mucho más trabajo. La prosa es más tenue, más tersa. Mi tendencia natural está más cerca de mis obras anteriores. Tiendo a una prosa atravesada. No tenía modo de escribirla como quería si no apelaba a la contemporaneidad. No quería ni una novela absolutamente teórica ni una obra situada en el siglo I de nuestra era. Yo creo en la novela de ideas. Thomas Mann es un ejemplo en La montaña mágica. Pero quería que no se notara la tesis, que el lector lea una historia y se pregunte qué está pasando acá en términos de enigma.
-Su intención, entonces, no es moral ni pedagógica. -Para nada. Todo está visto desde una visión conjetural. El narrador nunca comprobará si ese evangelio es cierto. En ese evangelio Jesús está concebido como hombre. Cuenta cómo gritó de dolor cuando lo crucificaron. Y de hecho nada se comprueba.
-Se dice que los novelistas buscan competir con Dios. -Todos los creadores, en su sentido de hacedores, compiten con Dios. Unamuno dice que los escritores toman la creación despedazada y se la devuelven a Dios. Yo quise hacerla discretamente seductora. El que quiera investigar más que vaya a los evangelios.
-El juego del ajedrez parece central en la novela. -El narrador es alguien que se defiende de la realidad jugando al ajedrez a solas o por correspondencia. El mundo abstracto del ajedrez lo aleja del mundo corrupto de la historia. La historia le impidió ser el ajedrecista que quería ser. Y también viceversa. Es un lobo estepario nacional. Un tipo que se despierta de pronto un día, se mira al espejo y se pregunta: «Quién es ese señor maduro». Y se va a La Cumbrecita sin saber muy bien por qué, luego de haberse separado de una mujer.
-La combinación del enigma con el mundo de las ideas es característica de una línea de la literatura argentina representada sobre todo por Borges y Bioy. -Sí, exactamente. En esa me asiento y también en la de El banquete de Severo Arcángelo de Leopoldo Marechal. Es una tradición muy nacional. Los escritores de esa generación, que es la de Borges, la de Marechal e incluso la de Roberto Arlt, están pasando ideas a cada rato.
-Se refiere a este libro con espíritu alegre, como si hubiera disfrutado mucho escribiéndolo. -Creo que es un libro para mí. No pretendo revolucionar las letras con él. Lo escribí con naturalidad aunque me haya llevado mucho tiempo. Esa difícil sencillez es la esencia de la literatura. Borges dijo una vez: «Ahora tengo oficio suficiente como para escribir con simpleza». Tratar de producir la menor cantidad de inconvenientes. Acá apliqué todo lo que había aprendido escribiendo teatro. El diálogo construye acción, la acción es a través de las palabras y es la piedra de toque de las palabras. Sin embargo sigue siendo para mí un relato comprometido. Por eso en la tapa aparece una imagen del mayo francés. No me volví místico.
fuente: http://www.literatura.org/Castillo/acR1.html
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