La segunda venida de Jesús VII. La vida cristiana y la esperanza
El evangelio es una buena noticia
«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo nacido de mujer y nacido bajo la ley». Gálatas 4: 4
Recordemos que la palabra «cumplimiento» significa : «todas las cosas que tenían que pasar, pasaron»
Éste verso declara que Dios el Padre envió a Su Hijo cuando “el tiempo fue cumplido”. Había muchas cosas ocurriendo al mismo tiempo en el primer siglo que, al menos desde el razonamiento humano, parecía ser el ideal para que Cristo viniera. Esto incluye lo siguiente:
1) Había gran expectación entre los judíos de ese tiempo por la llegada del Mesías. Los romanos gobernaban sobre Israel, haciendo que los judíos estuvieran ansiosos por la aparición del Mesías.
2) Roma había unificado gran parte del mundo bajo su gobierno, dando la sensación de unidad a las muchas tierras conquistadas. Además, como el imperio se encontraba relativamente pacífico, hizo posible que los primeros cristianos pudieran viajar para esparcir el Evangelio, cosa que hubiera sido imposible durante otros tiempos.
3) Mientras que Roma había conquistado militarmente, Grecia lo había hecho culturalmente. Una forma “común” del idioma griego (diferente al griego clásico) era el lenguaje comercial, que era hablado a través de todo el imperio, haciendo posible la comunicación del Evangelio a muchos diferentes grupos de gente, mediante un lenguaje común.
4) El hecho de que los ídolos de mucha gente habían “fallado” al negarles la victoria sobre los conquistadores romanos, causó que muchos abandonaran su adoración. Al mismo tiempo en las ciudades más “cultas”, la filosofía y la ciencia griega de ese tiempo, dejó a otros espiritualmente vacíos de la misma manera que en la actualidad, el ateísmo y los gobiernos comunistas han dejado un vacío espiritual en las personas.
5) Las religiones misteriosas de ese tiempo, enfatizaban un dios-salvador y requerían que sus adoradores le ofrecieran sacrificios sangrientos; por lo que hacía que el Evangelio de Cristo, que implicaba un ultimo sacrificio, no fuera algo increíble para ellos. También los griegos creían en la inmortalidad del alma (pero no del cuerpo).
6) El ejército romano reclutaba soldados de entre las provincias, exponiendo a estos hombres a la cultura romana y a las ideas (tales como el Evangelio) que de otra manera, no habrían alcanzado a aquellas lejanas provincias. La primera introducción del Evangelio en Gran Bretaña, fue resultado del esfuerzo de soldados cristianos estacionados ahí.
Es a partir de este glorioso evento que una buena noticia se echó a rodar por el mundo. Un mundo viejo y cansado de malas noticias, que son sólo versiones renovadas de la tragedia humana, escuchó el mensaje de alguien que prometió “hacer nuevas todas las cosas”. Así, avanzando contra las tinieblas, la luz verdadera siguió su curso fulgurante que nada ni nadie pudo ni puede ni podrá detener.
De esta manera conciben los autores bíblicos el anuncio del Evangelio de Jesucristo por los caminos del Mundo. Pablo habla de la dinamita de Dios de la cual él no se avergüenza. Juan habla de “la luz que brilla… y la oscuridad no ha podido apagarla”. Lucas narra la épica de un avance incontenible contra viento y marea, en el mundo greco-romano del siglo I.
Esta buena noticia no fue tan sólo un sistema de ideas que se contrapuso a los sistemas de ideas, de aquella época o los hoy vigentes en el mundo. No fue ni es una ideología más en el supermercado intelectual del momento.
Es un poder, es una forma de vivir y plantarse frente al mundo, es un comunidad que trasciende barreras. Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida evangélico hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que la han vuelto un inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor. Dondequiera un ser humano que invoca el nombre de Cristo se atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el temor, allí es donde está avanzando el Evangelio.
A partir del siglo I, siglo tras siglo, vivir el Evangelio ha sido toda una aventura que ha probado las promesas del Dios de Abraham, Isaac, Jacob, Jesucristo y Pablo. Hoy sigue siendo así. La atmósfera de nuestro tiempo es otra. La oposición de afuera y las traiciones de dentro han cambiado de rostro. Jesucristo es el mismo hoy, ayer y siempre y por ello hay que entender cómo vivir el Evangelio eterno de nuestro tiempo.
La vida de los cristianos primitivos era realmente digna de ser imitada.
Una carta de un cristiano anónimo del siglo II d.C. dirigida a un pagano llamado Diogneto, describe de una manera viva y actual el carácter de la experiencia cristiana de los orígenes y su sorprendente contenido de novedad en un mundo que no era cristiano.
Los cristianos no se distinguieron de los demás hombres ni por su territorio, ni por su lengua, ni por su vestimenta,. No habitaron en ciudades propias, ni usaron un lenguaje particular ni llevaron un género de vida especial. Su doctrina no fue el fruto o la conquista del talento y la especulación de hombres estudiosos; ni profesaron, como hicieron algunos, un sistema filosófico humano.
Vivieron en ciudades griegas o bárbaras según les hubo tocado en suerte a cada uno. Siguieron las costumbres de los habitantes del país en el vestido, la comida y el resto del vivir. Sin embargo, dieron muestras de una forma, de vida admirable y, al decir de todos, increíble. Habitaron en sus patrias respectivas, pero como forasteros; participaron en todo como ciudadanos, pero se comportaron como extranjeros. Toda tierra extranjera fue como una patria para ellos y toda patria era al mismo tiempo tierra extranjera.
Se casaron como todos y engendraron hijos, pero no se deshacían de los hijos que concebían. Tenían la mesa en co mún, pero no el lecho. Vivían en la carne, pero no según la carne. Pasaron su vida en la tierra, pero eran ciudadanos del cielo. Obedecieron a las leyes establecidas, pero con el tenor de su vida superaron las leyes.
Amaron a todos, y todos les perseguieron. Se los condenó aún sin conocerlos. Se les dió muerte y con ello recibieron la vida. Muchos fueron pobres, pero aun asi enriquecieron a muchos; a veces carecían de todo, pero en todo abundaron; …¡hicieron el bien y fueron castigados como malhechores.
…¡los judíos los combatieron como a ex traños y los gentiles los persiguieron. Sin embargo, los mis mos que los aborrecian no saben explicar el motivo de su hostilidad hacia ellos.
Para decirlo en una palabra, los cristianos son al mundo lo que el alma es al cuerpo. Esta, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así, también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así, también los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo{…) El alma ama el cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; del mismo modo, los cristianos aman a los que los odian{…¡ Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar».
La vida cristiana y la esperanza
El cristiano vive entre el “ya” y el “todavía no”, entre la resurrección de Cristo y la futura resurrección general en el momento de la venida de Cristo. Esto explica la estructura distintiva de la existencia cristiana, fundada en la obra terminada de Cristo en el pasado histórico y, al mismo tiempo, desenvolviéndose en la esperanza del futuro que se nutre de esa misma historia pasada, y es garantizada por ella. La estructura se ve, por ejemplo, en la Cena del Señor, donde el Señor resucitado está presente en medio de su pueblo en un acto de “recordación” de su muerte, que es a la vez un simbólico anticipo del banquete escatológico del futuro, que da testimonio, por lo tanto, de la esperanza de su venida.
El período que transcurre entre el “ya” y el “todavía no” es el período del Espíritu y el período de la iglesia. El Espíritu es el regalo escatológico prometido por los profetas (Hch. 2.16–18), por medio del cual los cristianos participan ya de la vida eterna de la era venidera. El Espíritu es el creador de la iglesia, el pueblo escatológico de Dios, que ya ha sido transferido de la potestad de las tinieblas al reino de Cristo (Col. 1.13). Por medio del Espíritu presente en la iglesia la vida de la era venidera ya se está viviendo en medio de la historia de este presente siglo malo (Gá. 1.4). Así, en un sentido, la nueva era y la era pasada se superponen; la nueva humanidad del postrer Adán coexiste con la vieja humanidad del primer Adán. Por la fe sabemos que la vieja era va pasando y que está sujeta a juicio, y que la futura depende de la nueva realidad de Cristo.
El proceso del cumplimiento escatológico en la superposición de las edades comprende la misión de la iglesia, que cumple el universalismo de la esperanza veterotestamentaria. La muerte y la resurrección de Cristo constituyen un acontecimiento escatológico de significación universal que, sin embargo, debe cumplirse universalmente en la historia mediante la proclamación mundial del evangelio por la iglesia (Mt. 28.18–20; Mr. 13.10; Col. 1.23).
Sin embargo, la línea divisoria entre la era antigua y la nueva no corre sencillamente entre la iglesia y el mundo; corre a través de la iglesia y a través de la vida del cristiano individual.
Estamos siempre en proceso de transición del antiguo al nuevo, viviendo en tensión escatológica entre el “ya” y el “todavía no”. Somos salvos, y no obstante seguimos aguardando la salvación.
Dios nos ha justificado, es decir ha anticipado el veredicto del juicio final al declararnos absueltos por medio de Cristo. Sin embargo. todavía “aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá. 5.5).
Dios nos ha dado el Espíritu por medio del cual compartimos la vida de resurrección de Cristo. Pero el Espíritu es solamente el primer anticipo (2 Co. 1.22; 5.5; Ef. 1.14) de la herencia escatológica, el pago inicial que garantiza el pago total.
El Espíritu constituye las primicias (Ro. 8.23) de la cosecha total. Por lo tanto, en la presente existencia cristiana todavía conocemos lo que significa la lucha entre la carne y el Espíritu (Gá. 5.13–26), entre la naturaleza que heredamos del primer Adán y la nueva naturaleza que recibimos del postrer Adán, Todavía estamos a la espera de la redención de nuestro cuerpo en el momento de la resurrección (Ro. 8.23; 1 Co. 15.44–50), y la perfección sigue siendo la meta hacia la cual proseguimos (Fil. 3.10–14).
La tensión entre el “ya” y el “todavía no” representa una realidad existencial de la vida cristiana.
Por esta misma razón la vida cristiana incluye el sufrimiento. En esta era los cristianos necesariamente deben compartir los sufrimientos de Cristo, para que en la era futura puedan compartir su gloria (Hch. 14.22; Ro. 8.17; 2 Co. 4.17; 2 Ts. 1.4s; He. 12.2; 1 P. 4.13; 5.10; Ap. 2.10), es decir la “gloria” pertenece al “todavía no” de la existencia cristiana. Esto se debe tanto al hecho de que todavía estamos en este cuerpo mortal, como también porque la iglesia aún permanece en el mundo donde Satanás tiene el dominio. Por lo tanto, su misión es inseparable de la persecución, así como lo fue la de Cristo (Jn. 15.18–20).
Es importante notar que la escatología del Nuevo Testamento nunca se reduce a mera información acerca del futuro. La esperanza futura siempre tiene pertinencia para la vida cristiana presente.
Por este motivo se la toma repetidamente como base para las exhortaciones para que la vida cristiana concuerde con la esperanza cristiana (Mt. 5.3–10, 24s; Ro. 13.11–14; 1 Co. 7.26–31; 15.58; 1 Ts. 5.1–11 ; He. 10.32–39; 1 P. 1.13; 4.7; 2 P. 3.14; Ap. 2s).
La vida cristiana se caracteriza por su orientación hacia el momento cuando el gobierno de Dios ha de prevalecer finalmente en todo el universo (Mt. 6.10), y por consiguiente los cristianos han de representar esa realidad frente a todo el dominio aparente de la iniquidad en la era actual.
Han de esperar aquel día en solidaridad con el vehemente deseo de la creación toda (Ro. 8.18–25; 1 Co. 1.7; Jud. 21), y han de sufrir aguantando con paciencia las contradicciones de la hora actual.
La capacidad de resistir es la virtud que el Nuevo Testamento más a menudo asocia con la esperanza cristiana (Mt. 10.22; 24.13; Ro. 8.25; 1 Ts. 1.3; 2 Ti. 2.12; He. 6.11s; 10.36; Stg. 5.7–11; Ap. 1.9; 13.10; 14.12). A través de la tribulación de la presente era, el cristiano aguanta, incluso regocijándose (Ro. 12.12), con la fortaleza de la esperanza que, fundada en la resurrección del Cristo crucificado, le asegura que el camino de la cruz es el camino hacia el reino.
El creyente cuya esperanza está cimentada en los valores permanentes del futuro reino de Dios se verá liberado de la esclavitud en la que viven los materialistas de este mundo (Mt. 6.33; 1 Co. 7.29–31; Fil. 3.18–21; Col. 3.1–4).
El cristiano cuya esperanza es que Cristo finalmente lo presentará perfecto delante de su Padre (1 Co. 1.8; 1 Ts. 3.13; Jud. 24) se esforzará por alcanzar esa perfección en el presente (Fil. 3.12–15; He. 12.14; 2 P. 3.11–14; 1 Jn. 3.3). Ha de vivir en constante vigilancia (Mt. 24.42–44; 25.1–13; Mr. 13.33–37; Lc. 21.34–36; 1 Ts. 5.1–11; 1 P. 5.8; Ap. 16.15), como siervo que espera diariamente el regreso de su amo (Lc. 12.35–48).
La esperanza cristiana no es utópica. El reino de Dios no se construye mediante el esfuerzo humano; es obra de Dios mismo. No obstante, puesto que el reino representa la consumación perfecta de la voluntad de Dios para la sociedad humana, será a la vez el móvil para la acción social cristiana en el presente.
En la hora actual el reino se anticipa principalmente en la iglesia, la comunidad de aquellos que reconocen al Rey, pero la acción social cristiana para el cumplimiento de la voluntad de Dios en el seno de la sociedad en general será también señal del reino que se avecina.
Los que oran por la venida del reino (Mt. 6.10) no pueden menos que poner por obra dicha oración hasta donde les sea posible. Lo harán, sin embargo, con ese realismo escatológico que reconoce que todos los anticipos del reino en esta era serán provisorios e imperfectos, que el reino venidero no debe nunca confundirse con las estructuras sociales y políticas de la presente era (Lc. 22.25–27; Jn. 18.36), y estas últimas con frecuencia incluirán oposición satánica al reino (Ap. 13.17).
De esta manera los cristianos no sufrirán desilusión ante los fracasos humanos, sino que persistirán en su confianza en la promesa de Dios. El utopismo humano tiene que redescubrir su verdadera meta en la esperanza cristiana, y no a la inversa.
Miremos a Jesus, quien invitaba a que le siguieran, pero nunca coaccionaba a nadie. Cuando terminaba de hablar solía decir: “el que tenga oídos para oír, que oiga”. Más bien Él fue víctima de la intolerancia de los sacerdotes, escribas y fariseos, a quienes criticaba por estar demasiado aferrados a la letra de la ley. Mientras éstos todo lo arreglaban con el cumplimiento estricto de las normas, Jesús dice que no ha sido creado el hombre para la ley, sino la ley para el hombre. Y así Jesús “violaba el sábado”, curando enfermos en días en que la ley lo prohibía; era criticado porque a veces no cumplían ni él ni sus discípulos las normas del ayuno; aunque respetaba el templo, lo relativizó (Para orar enciérrate en tu cuarto, adora a Dios en espíritu y en verdad); consideró injusta la ley que castigaba a la adúltera, daba más importancia al amor al prójimo que a ciertas leyes rituales ( Véase la parábola del Buen Samaritano). Cuando algunos de sus discípulos se celaban de que otros expulsaran demonios en su nombre, Él les reprendió. Otro tanto ocurrió cuando le pidieron que mandase fuego del cielo y consumiera a aquellos que no les quisieron recibir en una aldea de Samaría.
Todos sabemos que muchos de los amigos de Jesús, de las personas que le acompañaban, no se distinguían precisamente por su buena fama, llámense, Mateo, Zaqueo, Magdalena o la Samaritana… Jesús, en este sentido, pasaba ampliamente de los comentarios y cuchicheos de la gente. Era una persona verdaderamente libre. Por eso mismo era tolerante. O en todo caso, si alguna vez sacó el genio, fue precisamente con los intolerantes. Porque, eso sí, Jesús nunca renunció a sus firmes convicciones y a su lucha contra la mentira, la injusticia y el pecado, como tampoco nosotros debemos renunciar.
Este es el Jesus que esperamos, pero glorificado.No el Jesús religioso,light, descafeinado,que muchos predican hoy,sino el Cristo de la Gloria. Recordemos que el viene pronto.
1ª. Epístola de Juan 4:1,3 dice: «Amados, no creáis a todo espíritu sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo»
«Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, . . . para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.»gal.4:4
fuentes:
- dicc. biblico ed. Certeza
- Samuel Escobar,http://www.compromisocristiano.com/varios-temas/vivir-el-evangelio.html
- De la Tierra a las gentes,Asoc. civil Promocion cultura y fe
- http://www.gotquestions.org/…/Jesus-cuando-hizo.html
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