la segunda venida de Jesus VIII. PALESTINA EN TIEMPOS DE JESÚS. La dominación romana

la segunda venida de Jesus VIII
PALESTINA EN TIEMPOS DE JESÚS. La dominación romana

En el año 30 (o 29) de nuestra era, tres cruces fueron levantadas en las afueras de Jerusalén: en dos de ellas morían dos hombres condenados por delitos comunes; en la tercera, moría Jesús de Nazaret. Eran los días de la Pascua judía, por tanto el hecho sucedió entre marzo y abril de ese año.

Jesús había sido arrastrado ante dos tribunales y sometido a dos juicios: el del Sanedrín y el del Procurador romano Poncio Pilato. El Sanedrín condenó a Jesús por blasfemia: se había proclamado hijo de Dios. Pero las autoridades judías, como leemos en el evangelio de san Juan, no tenían autorización para emitir y ejecutar sentencias capitales. Por eso, en la madrugada del día viernes, llevaron al preso ante el tribunal de Pilato.

La acusación, en este caso, fue otra y muy hábil: este Jesús se había proclamado rey de los judíos, es decir, se había puesto en contra del «César», o sea, del emperador de Roma. Pilato se dio cuenta de que la acusación no tenía ningún fundamento, pero tuvo miedo de que los judíos lo denunciaran a Roma y mandó que Jesús fuera crucificado. Sin embargo, el desenlace posterior de los acontecimientos, tanto en Palestina como en Roma, no fue favorable para Pilato y resultó que incluso la decisión de condenar a Jesús había sido políticamente equivocada. De hecho, en el año 36, será destituido.

El emperador de Roma era Tiberio (19-36 d.C.), primer sucesor de Augusto. En realidad, hasta el año 31, Tiberio había dejado el pleno manejo del imperio en manos de Sejano, su plenipotenciario. Y Pilato era un hombre de este último. Pero en el año 31 Sejano cae en desgracia. El propio Tiberio se deshace de él y retoma el control del imperio. Con respecto a la turbulenta provincia de Siria (que ahora incluye a Palestina) su legado Vitelio -en el año 36- destituye al sumo sacerdote Caifas y decide que Pilato debe irse a Roma para rendir cuenta de toda su política hasta el momento. El juicio es desfavorable y Pilato muere de muerte violenta.

De este modo empezamos a descubrir que -a partir del año del año 31 y, como veremos, hasta el año 62, cuando Nerón (54-68 d.C.) cambió radicalmente su política- Roma no fue hostil al cristianismo. Más bien, y durante más de treinta años, miró con una cierta simpatía y tolerancia a esta nueva secta que había aparecido entre los judíos, aunque sea por la simple razón de que estos la combatían. Y en distintas oportunidades, ya sea en Roma, ya sea en Palestina, las autoridades romanas defendieron a los cristianos de las agresiones del judaismo, como veremos sobre todo en el caso de san Pablo.

Esto no impidió hechos violentos -como la lapidación de Esteban en el año 34 por manos del Sanedrín y como la decapitación de Santiago en el año 42 por orden de Herodes Agripa I- pero estos hechos no correspondían a la voluntad de Roma y fueron juzgados como abuso de poder.

Es que los romanos -pragmáticos como siempre- se dieron cuenta inmediatamente de que ni Jesús ni sus seguidores eran peligrosos desde el punto de vista estrictamente político, se dieron cuenta que de ahí no iba a surgir ninguna de las tentativas subversivas que caracterizaban, en cambio, otros sectores del judaismo.

Señales de los tiempos

El Nuevo Testamento sostiene insistentemente que la venida de Cristo es inminente (Mt. 16.28; 24.33; Ro. 13.11s; 1 Co. 7.29; Stg. 5.8s; 1 P. 4.7; Ap. 1.1; 22.7, 10, 12, 20). Esta inminencia temporal, sin embargo, está condicionada por la creencia de que “antes” deben producirse ciertos acontecimientos (Mt. 24.14; 2 Ts. 2.2–8), y especialmente por la clara enseñanza de que la fecha del fin no puede ser conocida de antemano (Mt. 24.36, 42; 25.13; Mr. 13.32s; Hch. 1.7).

Todo cálculo queda eliminado, y los creyentes viven en diaria expectativa precisamente porque la fecha no puede ser conocida. La inminencia tiene menos que ver con fechas que con la relación teológica entre el cumplimiento futuro, y la historia pasada de Cristo y la situación actual de los cristianos.

El “ya” promete, garantiza, exige el “todavía no”, de manera que la venida de Cristo ejerce una presión continua sobre el presente, haciendo que la vida cristiana se oriente hacia ella.

Esta relación teológica explica el característico escorzamiento de la perspectiva en la profecía de Jesús sobre el juicio de Jerusalén (Mt. 24; Mr. 13; Lc. 21) y en la profecía de Juan acerca del juicio de la Roma pagana (Ap.); estos dos juicios se vislumbran como acontecimientos relacionados con el triunfo final del reino de Dios, por la sencilla razón de que teológicamente lo son, cualquiera sea el lapso cronológico entre ellos y el fin.

Es precisamente porque se acerca el reino de Dios que los poderes de este mundo son juzgados incluso en el transcurso de la historia de esta era. Todos los juicios de esta naturaleza constituyen anticipos del juicio final.

La teoría según la cual Jesús fue un revolucionario, o de que, había venido para liberar a los oprimidos de las esclavitudes políticas y sociales, no tiene ningún fundamento histórico.

No obstante, sería un error de interpretación mucho más grave concluir que Jesús y el cristianismo han sido y son portadores de un espiritualismo inocuo, o de una simple moral, o de un culto más en el panorama mundial de las religiones. Más tarde, Roma misma comprenderá muy bien la verdadera naturaleza y el verdadero peligro que le venía del cristianismo. No un nuevo partido o una nueva ideología, sino una nueva vida y una nueva cultura, un comienzo de otro mundo -más humano y más vivible- dentro este mundo, dentro de una sociedad profundamente en crisis que, en el caso del imperio romano, ya no tenía en sí misma ningún fundamento sólido, ningún valor humano -ni siquiera la antigua tradición de los padres fundadores- en que poder consistir.

Tal como resulta a lo largo de toda su historia, el cristianismo demuestra su verdadera identidad, su novedad radical y su fuerza, no cuando se opone al poder con las mismas armas del poder, sino cuando construye nuevas formas de vida.

Vemos que ya existía la maldad de los tiempos también bajo los romanos. Pero Jesús vino al mundo. No perdió sus años gimiendo y lamentando la maldad de los tiempos. Cortó por lo sano. De manera muy simple. Haciendo al cristianismo. El no se quedó incriminando o acusando. El salvó. No incriminó al mundo, sino que dio su vida para que todo aquel que en el creyere no se pierda,sino fuere salvo»

Bibliografia

  • Dicc. Bibl. ed Certeza
  • De la Tierra  a las gentes,Asoc. civil Promocion cultura y fe

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