¿Podemos creerle a la Biblia?
La Biblia ha sido blanco de ataques por mucho tiempo. ¿Qué es lo que motiva a sus críticos? Y más importante aún, ¿qué revelan las pruebas encontradas al excavar el polvo del Cercano Oriente?
Por Scott Ashley
A muchas personas no les gusta la idea de que alguien les diga qué hacer, por lo que rechazan la noción de un Dios que tenga la más mínima injerencia en la forma en que deben vivir.
Algunos famosos evolucionistas lo han reconocido abiertamente. Por ejemplo, el renombrado escritor y defensor de la evolución Aldous Huxley afirmó:
“Yo tenía motivos para querer que el mundo careciera de significado; por consiguiente, supuse que en efecto así era, y fácilmente pude encontrar razones satisfactorias para mi suposición . . .
”Los que no encuentran significado en el mundo, generalmente llegan a tal conclusión porque, por una u otra razón, un mundo sin sentido es muy conveniente para sus objetivos . . .
”Para mí mismo, como sin duda para la mayoría de mis contemporáneos, la filosofía de la carencia de significado era esencialmente un instrumento de liberación. La liberación que deseábamos era . . . aquella que se apartaba de determinado sistema moral. Nos oponíamos a la moralidad porque interfería con nuestra libertad sexual . . .” (Ends and Means [“Fines y medios”], 1938, p. 270, 273).
Desde luego, aquellos que descartan la idea de un Dios deben rechazar también la idea de la veracidad de la Biblia y la posibilidad de que sea la palabra inspirada de ese Ser divino.
Lo que revelan las pruebas
Pero ¿qué es lo que indican los hechos? ¿Podemos creerle a la Biblia? ¿Qué revelan las pruebas históricas encontradas al excavar el polvo del Cercano Oriente? Para quienes estén dispuestos a examinarlas objetivamente, estas pruebas señalan claramente que la Biblia es precisa y veraz.
Los libros de la Biblia han existido por siglos; el más reciente tiene alrededor de 1900 años y el más antiguo cerca de 3500. En sus relatos acerca de acontecimientos de su tiempo, se incluyen muchos detalles específicos: personas, lugares, ciudades, pueblos, costumbres y sucesos. Cuando la Biblia empezó a ser traducida a idiomas modernos en los últimos siglos, prácticamente no se había hallado ninguna prueba independiente que respaldara el relato bíblico.
Pero con el surgimiento de la ciencia de la arqueología, eso pronto cambiaría. A medida que los eruditos y arqueólogos exploraban y excavaban los restos de antiguas ciudades, empezaron a descubrir abundantes pruebas que confirmaban la exactitud de la Biblia.
Desde entonces, han salido a la luz imperios completos que eran desconocidos fuera del marco bíblico. También se han encontrado inscripciones y otros objetos que contienen referencias a personas específicas que se mencionan en la Biblia, que van desde determinados reyes y funcionarios hasta gente común y corriente.
Ciudades y fortalezas mencionadas en las Escrituras han emergido del polvo. Muchos acontecimientos registrados en la Biblia y hasta algunos detalles insignificantes, como ciertas costumbres mencionadas sólo de paso, han sido confirmados por hallazgos independientes.
A fines del 2006 tuve el privilegio de visitar uno de los albergues de tesoros históricos más grandes del mundo, el Museo Arqueológico de Estambul. Desde el siglo xvi hasta finales de la primera guerra mundial, el Imperio Otomano gobernó gran parte del Cercano Oriente desde su capital en la actual Turquía. Durante ese período muchas piezas arqueológicas de incalculable valor fueron trasladadas a Estambul desde los lugares más apartados del Imperio Otomano. Con el tiempo, en este museo se acumularon más de un millón de objetos.
Varias de las piezas exhibidas confirman la existencia de personas, costumbres y acontecimientos mencionados en la Biblia. Aunque por falta de espacio no podemos referirnos a todas ellas, examinaremos algunas de las más destacadas.
¿Existieron en realidad los heteos?
Durante varios siglos las únicas referencias que se tenían de los heteos eran las de la Biblia. Debido a esto, algunos detractores de la Biblia concluyeron que no eran más que un invento, uno más de los mitos contenidos en sus páginas. Después de todo, decían, ¿cómo podían haber existido una cultura y un pueblo enteros y haber desaparecido sin dejar rastro alguno?
En Génesis 23 los heteos son mencionados en relación con el patriarca Abraham, quien compró una cueva a Efrón heteo para usarla como sepultura de su amada esposa Sara. (El mismo Abraham sería sepultado allí al morir.)
Con el tiempo Esaú, nieto de Abraham, se casó con dos mujeres heteas (Génesis 26:34), y más tarde los heteos fueron parte de los pueblos que Dios prometió expulsar para que los israelitas pudieran heredar la Tierra Prometida (Éxodo 23:28; 33:2; 34:11). Más adelante el rey Salomón desposó algunas mujeres heteas (1 Reyes 11:1), probablemente como parte de sus alianzas políticas con los gobernantes de ese pueblo. Los heteos todavía ejercían una poderosa influencia en los tiempos de Eliseo, alrededor del año 840 a.C. (2 Reyes 7:6). Pero ¿existieron realmente?
Cuando finalmente fueron exploradas las tierras del Cercano Oriente, particularmente lo que es actualmente Turquía central, donde estaba la sede del imperio heteo, los arqueólogos encontraron abundantes pruebas de la existencia de ese pueblo. Sus hallazgos correspondían precisamente a los heteos mencionados en la Biblia.
Su imperio había existido durante siglos, junto a los otros pueblos mencionados en las Escrituras. Sufrió altibajos, al lado de otros reinos e imperios como Siria, Egipto y Asiria, hasta que se debilitó y desapareció por completo poco después de su última mención en la Biblia.
Asera, diosa de la fertilidad
Un pecado gravísimo, que se menciona reiteradamente en el Antiguo Testamento, era la idolatría y la adoración a dioses falsos. Dios repetidamente condenó el culto a Baal y Asera, las principales deidades masculina y femenina de los cananeos y de otros pueblos cercanos.
Baal y Asera eran los dioses más importantes de la fertilidad. Su culto solía incluir actos sexuales con un sacerdote o una sacerdotisa, a los cuales se les debía entregar una ofrenda. Esto básicamente llegaba a ser una actividad sexual que se realizaba por dinero, razón por la cual la Biblia frecuentemente compara la veneración a estos dioses con la prostitución.
El nombre común de esta diosa en Babilonia y Mesopotamia era Istar (que sobrevive en la actualidad bajo la forma Easter, nombre en inglés de la Pascua Florida). Su nombre entre las naciones que circundaban Israel era Asera o Astarté, pero los escritores bíblicos, aparentemente de manera deliberada, cambiaron el nombre a Astarot o Astoret para que su pronunciación se asemejara al vocablo hebreo que significa “vergüenza”. Efectivamente, el modo en que se la veneraba era degradante y vergonzoso.
En Israel y en los países vecinos es común encontrar todavía estatuillas de esta y otras diosas de la fertilidad, claros indicios de la popularidad de su culto. La adoración a esta diosa es mencionada en el Antiguo Testamento a partir de la muerte de Josué en Jueces 2:13 (h. 1210 a.C.), hasta el reinado del rey Josías en 2 Reyes 23:13 (h. 640 a.C.).
Asiria destruye el reino de Israel
Como resultado de los pecados de idolatría y del rechazo a las leyes de Dios durante varios siglos y de la negativa absoluta a arrepentirse de los israelitas, Dios les advirtió que ya que rehusaban servirle en su propia tierra, servirían a otros dioses en tierras extranjeras. Empezó a castigarlos por medio del Imperio Asirio, una nueva y emergente potencia situada en lo que hoy es Iraq.
La Biblia menciona una serie de reyes asirios que combatieron contra Israel, y los arqueólogos han descubierto abundantes pruebas que confirman la existencia de esos mismos reyes. Se han encontrado sus ciudades capitales, palacios, archivos y en algunos casos hasta sus retratos y estatuas. Gran parte de este material está en los grandes museos de Europa, pero también se exhibe en el Museo Arqueológico de Estambul.
Tiglat-pileser III
En una placa de piedra que conmemora los triunfos de un alto oficial asirio llamado Bel-harran-beli-usur, se hallan inscritos los nombres de los dos primeros reyes asirios mencionados en la Biblia. Este oficial sirvió en la corte de Tiglat-pileser III (745-727 a.C.) y de Salmanasar V (727-722 a.C.). La inscripción describe su servicio en la corte de estos dos reyes asirios y cómo fundó una ciudad a la que le dio su propio nombre.
Este mismo Tiglat-pileser es mencionado con una forma abreviada de su nombre, Pul, en 2 Reyes 15:19-20, donde se afirma que recibió dinero tributario de manos del rey israelita Manahem (h. 743 a.C.) El impuesto excesivo era práctica común en aquellos tiempos, al punto de convertirse en extorsión a escala nacional, ya que si los israelitas no pagaban ese dinero como una forma de comprar la protección, los asirios invadían y saqueaban el territorio, destruyendo sus ciudades y esclavizando a sus habitantes.
Alrededor del año 734 a.C., como se relata en el versículo 29, el rey israelita Peka se rebeló contra Tiglat-pileser, quien invadió Israel y llevó cautivos a miles de sus habitantes a otros territorios muy alejados. Al mismo tiempo Acaz, rey de Judá, despojó el templo de su oro y plata y vació el tesoro nacional para conseguir la ayuda del rey asirio en su lucha contra Peka y el rey de Siria (2 Reyes 16:5-9). Al igual que Israel, Siria fue devastada por la invasión asiria.
Salmanasar V
Tiglat-pileser murió en el año 727 a.C. y fue sucedido por Salmanasar V. Al retomar el relato en 2 Reyes 17:3, nos enteramos de que Salmanasar marchó en contra del rey israelita Oseas, quien le pagó tributos. Unos cuantos años más tarde, Salmanasar regresó y asedió durante tres años a Samaria, la capital de Israel, hasta que ésta cayó en el año 722 a.C. A continuación, este rey exilió a los israelitas que sobrevivieron enviándolos a otros territorios controlados por los asirios (vv. 5-6).
Esto marcó el final del reino de Israel; como consecuencia, su pueblo exiliado perdió su identidad y llegó a ser conocido como “las 10 tribus perdidas”.
Sargón II
El siguiente monarca asirio mencionado en las Escrituras es el sucesor de Salmanasar, Sargón II (722-705 a.C.), quien había sido el comandante de operaciones en la conquista de Samaria. Sargón es mencionado en Isaías 20:1, que lo presenta enviando a uno de sus generales a capturar la ciudad filistea de Asdod en la costa mediterránea, al oeste de Jerusalén, en el año 712 a.C.
Aunque Sargón guerreó contra otros reinos cercanos a Judá, no atacó a este pueblo, al parecer porque respetaba la alianza que el rey judío Acaz había hecho con Tiglat-pileser varios años antes.
Senaquerib
Después de la muerte de Sargón en el año 705 a.C., Senaquerib (705-682 a.C.) lo sucedió en el trono. Senaquerib es mencionado prominentemente en las Escrituras, sobre todo por su invasión al reino de Judá en el año 701 a.C., durante el reinado de Ezequías. La Biblia menciona su invasión en 2 Reyes 18:13-19:37; 2 Crónicas 32:1-22; e Isaías 36-37.
Ezequías se negó a pagar el opresivo tributo que había pagado su padre Acaz, lo que provocó una campaña de Senaquerib en contra de Judá. Tanto la Biblia como los archivos de Senaquerib indican que los asirios capturaron prácticamente todo el reino judío con excepción de Jerusalén, su capital. Al principio, Ezequías pagó tributo al rey de Asiria, pero lo único que lo salvó fue un gran milagro: la destrucción divina del ejército asirio fuera de las murallas de Jerusalén (2 Reyes 19:35).
Senaquerib, vencido y humillado, volvió a su capital donde más tarde fue asesinado por sus propios hijos.
Inscripción del túnel de Ezequías
Aunque es bastante común encontrar inscripciones u otra información acerca de personas y lugares mencionados en la Biblia, es mucho más difícil hallar verificación arqueológica de sucesos específicos registrados en las Escrituras. Por su misma naturaleza, los sucesos son transitorios y rara vez se registran de manera que puedan sobrevivir a los estragos del tiempo. No obstante, en el Museo Arqueológico de Estambul se pueden apreciar las pruebas de un suceso en tiempos del rey Ezequías.
En 2 Reyes 20:20 leemos el siguiente relato: “Los demás hechos de Ezequías, y todo su poderío, y cómo hizo el estanque y el conducto, y metió las aguas en la ciudad, ¿no está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Judá?”
Hoy en día, quienes visitan Jerusalén pueden caminar a través de este mismo túnel que los ingenieros de Ezequías usaron para desviar las aguas de los manantiales de Gihón, que normalmente corrían fuera de la ciudad. Para ello, cavaron un túnel por debajo de Jerusalén, de manera que el agua pudiera fluir y caer en una pileta dentro de sus muros.
El túnel, de unos 500 metros de largo, construido aproximadamente en el año 701 a.C., es una de las grandes maravillas de la ingeniería del mundo antiguo. Descubierto en 1838 por el afamado arqueólogo estadounidense Edward Robinson, este túnel reveló uno de los secretos de su método de construcción cuando un muchacho árabe encontró tallada en una de sus paredes una antiquísima inscripción hebrea, que explica cómo dos equipos de hombres, trabajando desde extremos opuestos, cavaron simultáneamente hasta encontrarse en el medio. La inscripción fue llevada más tarde a Estambul por orden de los gobernantes otomanos de la ciudad.
Nabucodonosor II de Babilonia
Después de la milagrosa destrucción del ejército de Senaquerib durante el reinado de Ezequías, los asirios nunca más invadieron Judá. Desde ese momento Asiria comenzó a declinar mientras un nuevo imperio se levantaba para convertirse en la nueva superpotencia del Cercano Oriente: Babilonia.
El gobernante más grande del Imperio Babilónico es una figura muy conocida para los lectores de la Biblia, el rey Nabucodonosor, quien reinó del año 605 al 562 a.C. Nabucodonosor es mencionado 88 veces en la Biblia, en los libros de 2 de Reyes, 1 y 2 de Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Jeremías, Ezequiel y Daniel.
Nabucodonosor marchó contra el reino de Judá en diferentes ocasiones. La primera fue en 605 a.C., cuando sacó un ejército egipcio de Siria y lo obligó a regresar a Egipto, como parte de su derrota del Imperio Asirio. La segunda vez lo hizo porque el rey Joaquín rehusó pagar tributo a Babilonia. Nabucodonosor despojó el templo de Jerusalén de muchos de sus tesoros y los llevó de vuelta a Babilonia. Cansado de las repetidas rebeliones, Nabucodonosor decidió darle una solución definitiva al problema. Después de sitiarla aproximadamente por dos años, Jerusalén cayó en el 586 a.C. y fue completamente destruida, junto con sus muros y su templo. Casi todos los judíos que sobrevivieron fueron llevados cautivos a Babilonia, donde permanecerían hasta la caída de ésta, ocurrida varias décadas más tarde.
Se han descubierto muchos documentos babilónicos que describen en detalle el reinado de Nabucodonosor. Varios de los relatos bíblicos que hablan de él se encuentran en el libro de Daniel, cuando éste ocupó un puesto importante en el gobierno babilonio.
Daniel 4:30 relata cómo en cierto momento Nabuco-
donosor llegó a jactarse: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” Y efectivamente, Babilonia era magnífica, una de las grandes ciudades del mundo antiguo.
Entre sus características más notables se hallaba la puerta de Istar, nombrada así en honor a la diosa que mencionamos al comienzo, y la vía procesional que llevaba hasta ella. La puerta verdadera ha sido reconstruida en Berlín, donde los arqueólogos alemanes que la excavaron la reconstituyeron usando los ladrillos originales, de colorido esmalte brillante. Sin embargo, algunas secciones de la vía procesional pueden apreciarse actualmente en el Museo de Estambul.
“Al dios desconocido”
De los tiempos del Nuevo Testamento encontramos dos casos relacionados con la vida del apóstol Pablo. En Hechos 17:22-23 leemos que cuando visitó Atenas, “Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”.
Esta zona de Atenas estaba rodeada de templos y santuarios dedicados a los diferentes dioses que tanto griegos como romanos veneraban. Allí se encontraban los templos más importantes de Zeus y Atenea, además de muchos otros altares y lugares de adoración erigidos en honor a varias deidades menores. Para asegurarse de que no hubieran pasado por alto ni un solo dios, los atenienses también tenían un altar con la inscripción “al Dios desconocido”.
Entre las ruinas del antiguo Imperio Romano se han hallado varias de estas inscripciones y altares. Tres de ellas se exhiben en el Museo Arqueológico de Estambul, todas dedicadas “al dios sin nombre”, es decir, al dios cuyo nombre ellos no conocían. Estos tres ejemplos provienen de otras ciudades del Imperio Romano, así que Atenas no era la única que contaba con un altar y una inscripción como ésta.
Letrero de advertencia del templo
En Hechos 21 se menciona un acontecimiento de la vida de Pablo que desató una cadena de reacciones que culminaron con su arresto, su comparecencia ante dos gobernadores romanos, su fatídico viaje a Roma y su confinamiento en esta ciudad.
Pablo y varios de sus compañeros se encontraban en el templo de Jerusalén cuando estalló una revuelta que casi le costó la vida a Pablo. Los versículos 27 al 32 captan vívidamente los sucesos: “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo.
”Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas. Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Éste, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo”.
Pablo apenas logró escapar con vida, y probablemente hubiera muerto de no ser por el comandante militar romano que se hallaba cerca e intervino para salvarlo.
¿Cuál era el motivo de tanta conmoción? Unos judíos querían matar a Pablo porque pensaban que había deshonrado el templo al ingresar con gentiles a una parte del edificio donde sólo a los israelitas se les permitía entrar. Esto era algo que los judíos habían inventado, sobrepasando todos los límites de las instrucciones de Dios.
Vemos un claro ejemplo de esta actitud en un letrero de advertencia hallado en el templo, uno de los muchos que en tiempos de Jesús y los apóstoles se colocaban, a intervalos regulares, a lo largo de una barrera de un metro y medio de altura en el recinto del templo. Se han encontrado dos de ellos. Uno (una parte del letrero) se exhibe en el Museo de Israel en Jerusalén; el otro (todo el letrero) fue descubierto en Jerusalén bajo el gobierno otomán y enviado a Estambul.
Originalmente, estos letreros eran blancos con las letras talladas pintadas en rojo para que se destacaran. El letrero advierte: “No se permite ningún gentil más allá de esta barrera en la plaza de la zona del templo. Cualquiera que entre será culpable de su muerte inminente”.
A los gentiles sólo se les permitía estar en el patio exterior del templo. Si un gentil traspasaba esos límites, se le acusaba de haber deshonrado el templo, ofensa que era castigada con la muerte. En el caso de Pablo, sus oponentes religiosos judíos pensaban que él había llevado a un gentil más allá de la barrera, mancillando así el templo, y estaban a punto de matarlo.
Más tarde, cuando Pablo se encontraba en Roma bajo arresto domiciliario a la espera de ser juzgado, probablemente reflexionaba sobre este hecho cuando le escribió a la iglesia en Éfeso y afirmó que Jesucristo derribó “la pared intermedia de separación” entre judíos y gentiles, para “reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:14-16).
La mayoría de los comentarios bíblicos coinciden en que “la pared intermedia de separación” se refiere a la barrera en el patio del templo que los gentiles no debían traspasar, la misma en que se apoyaban esos letreros de advertencia.
¿Ignorancia y superstición?
Definitivamente, en la cultura occidental se libra una batalla en contra de Dios y la Biblia. Este artículo ha examinado algunas de las pruebas contenidas en un solo museo en Turquía. Hay varios museos más que exhiben hallazgos similares y que verifican muchas otras partes de la Biblia: el Museo Británico en Londres, el Louvre en París, el Museo de Pérgamo en Berlín, el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago y el Museo de Israel en Jerusalén, entre otros.
Irónicamente, quienes sostienen los más vehementes argumentos en contra de la Biblia, por lo general afirman que los que creemos en ella basamos nuestras creencias en la ignorancia y la superstición. Pero en realidad, cuando uno examina seriamente las pruebas, la verdad es precisamente lo opuesto. Quienes no creen en la Biblia son los que muestran que sus creencias sólo se apoyan en la ignorancia y la superstición.
Muchos de ellos simplemente nunca han analizado seriamente las pruebas y en muchos casos parecen desconocer que ciertas cosas, como las que mencionamos en este artículo, siquiera existen. Pero usted no tiene que permanecer en la ignorancia. Ciertamente puede creerle a la Biblia. Su veracidad ha sido puesta a prueba una y otra vez, y continúa siendo confirmada año tras año a medida que los arqueólogos y eruditos desentierran la historia en las tierras bíblicas. BN
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