Viviendo la Biblia en comunidad


Fuente:Tomado de PezMundial

Me encuentro en estos días trabajando junto a mi amigo Fausto Liriano en un proyecto para ayudar a hacer la Biblia relevante para las nuevas generaciones. Eventualmente compartiré un poco más sobre el mismo, ahora les comparto algunas reflexiones sobre la lectura de la Biblia como experiencia comunitaria.

En un artículo del 2006 (De la iglesia a la Biblia) expliqué cómo la cristiandad en el siglo pasado, especialmente en su lado protestante, trasfirió la responsabilidad de proclamar las buenas nuevas, de la iglesia (como comunidad de creyentes) a la Biblia; y en lo relativo al sagrado libro, sólo en su lectura solitaria. Fruto de este desafortunado movimiento, tuvimos generaciones creyentes teoréticas, reflexivas y conceptuales, a tal punto, que cuando dos de ellos se encontraban, en vez de ponerse a vivir y a celebrar lo que el libro decía, para que la experiencia allí anunciada se convirtiera en realidad, descubrían que para lo único que estaban capacitados era para medir y comparar a ver cuál era el más profundo, el más ancho y el más largo en cuestiones de letra.

A ellos las buenas nuevas le habían afectado, pero sólo del cuello hacia arriba. Podía recitar de memoria enormes extensiones versículos, los cuales contenían en letra preciosas revelaciones comunitarias, pero no sabían cómo vivirlos. Eran ermitaños del reino, gente profunda y solitaria, carente de la capacidad de vivir la Biblia en comunidad.

La revelación de de Dios, por los diferentes medios que ha llegado, siempre ha sido una experiencia comunitaria. Dios se ha relevado al hombre —a la humanidad— en diferentes tiempos utilizando diferentes medios (su voz audible, la naturaleza, piedras talladas, profetas, Cristo), pero su relevación siempre ha sido en plural. En cuestiones de revelación, cuando se pasa de lo plural a lo individual, se compite, para ver cual entendió mejor; cuando se pasa de lo individual a lo plural, se comparte, para que todos vivan la experiencia.

Comúnmente sucede que corriendo de algo se termina en el mismo punto de origen, y pienso que fue esto lo que le sucedió a la iglesia protestante. Al salir del oscurantismo en que se vivió durante el medioevo, tiempo en que la lectura de la Biblia llegó a ser privilegio de unos cuantos, se imprimieron ejemplares del libro por millares y todo el mundo pudo tener el suyo. Tristemente, en vez de reunirse en grupos por las plazas, en las universidades o a la sobra de un árbol, los primeros propietarios del libro impreso se encerraron en sus habitaciones, a leer cada uno el suyo a puertas cerradas. Su experiencia con el libro no era ecológica, sino arqueológica: terminaban de leerlo y se maravillaban de sus partes, pero allí no sucedía la vida.

Antes, el error y la herejía eran causados por la escasez, como uno sólo era el que leía podía interpretarlo a su manera y confundir a todo el mundo; ahora todo el mundo leía, pero como se hacía en solitario, muchos caían el error y nadie los ayudaba a salir a tiempo. (El error es como la arena movediza, mientras más tiempo se permanece en ella más difícil resulta poder salir.) El mayor peligro que corre la Biblia no es la escasez de sus ejemplares, sino su lectura aislada. Siempre que se ha leído e interpretado a puertas cerradas el resultado ha sido lamentable.

Es mi oración que en este nuevo siglo, las nuevas generaciones de creyentes hagan de la Biblia una experiencia comunitaria de compartir y no de competir, que la lectura del precioso libro deje de ser arqueológica y se pinte de verte, que cuando la leamos, suceda el milagro de la vida fluyendo a través de todos los miembros del cuerpo. Que su lectura nos una más y nos separe menos. Creo firmemente que la Biblia es la palabra profética más segura, siempre y cuando ésta se viva en comunidad y con la intención de compartir las buenas nuevas. No existe peligro más grande para la iglesia que un lector orgulloso encerrado en un cuarto con un ejemplar de la Biblia; y si el lector no fuera orgulloso, sino humilde, tal experiencia sería desesperante. Él vería el plan de Dios para el hombre como se ven los planos de una preciosa edificación, pero no estaría en capacidad de experimentarlo, pues para vivir la Biblia, se requiere más de uno.

 

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